Mi primo Adolfo no es en realidad mi primo. Es más bien mi primo segundo. Pero nos criamos juntos, uno al lado del otro, desde siempre. Nos bañábamos juntos a palanganazos hasta que nos dio vergüenza. La que es mi prima es la mamá de él, que también fue como la mía, porque los cuatro pasábamos donde Mimí. Pero yo a los dos les digo primos y así no me enredo.
Todo esto lo digo por mi primo, Adolfo, tiene un perro, un husky color caramelo y de ojos celestes: Mijail, que como todo perro querido, se siente persona. Mi primo Adolfo mide 1.90, pesar 240 libras, es un mamulón de 34 años que vive con su mamá y duerme en la misma camita de cuando se bañaba conmigo. Mijail duerme con Adolfo, en la misma cama, todas las noches, desde hace 10 años que se conocieron. Cómo se acomodan en esa estrechez, sigue siendo un misterio.
Mi primo Adolfo aceptó un trabajo en Honduras y se fue. Llama todos los días, pero el Mijail resiente esa voz sin cuerpo y nunca se queda a escucharlo por teléfono. Mijail sigue durmiendo adentro, ahora con mi prima, el otro perrito, que es más pequeño y una gata, pero no encuentra consuelo.
Dice mi prima- la mamá de Adolfo, que es como si fuera la mía- que anoche Mijail y ella entraron al cuarto de Adolfo. Mijail, con el hocico, empezó a quitar sábanas y cobijas de la que fue su cama compartida, ahora vacía. Gruñendo y buscando, esparció almohadas por el piso hasta que le quedó una sola. Recostó en ella su cabezota acaramelada y en silencio, le empezaron a salir lágrimas de sus ojitos de hielo.
La naturaleza hizo a Mijail para soportar largas distancias, correr por horas, ubicarse en el polo, jalar un trineo, resistir el viento.
Y sin embargo, Mijail llora como un hombre la ausencia que sufre como el más leal de los perros.
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