Me refesca con sus 18 grados, su niebla y su garúa de una Navidad en las montañas de Coronado. Necesitábamos salir de este horno que es Santiago en verano.
De camino nos detenemos en Curacaví, a comprar los dulces tradicionales de suspiros redondos rellenos de dulce de leche y de jalea de frambuesa.
Las calles del puerto tienen los nombres de todos los países, salvo de Bolivia. Aquí no hay relaciones diplomáticos con los bolivianos, porque se ponen muy necios con eso de exigir el derecho de comercializar sus productos con una salida al mar atravesando Chile, exigiendo la soberanía sobre ese paso, nada más porque lo perdieron en una de las batallas más sangrientas que recuerda el sur de América.
Los ingleses dominaron Valparaíso por años. Hay barrios enteros que parecen sacado de alguna calle de obreros en Europa. Después fueron llegando los alemanes, los yugoslavos. Pero en el puerto se habló inglés como idioma oficial casi hasta 1880. Los ticos salimos pringados de esa influencia. El primer café que se exportó salió vía Puntarenas (nuestro puerto)-Valparaíso. Aquí los ingleses le cambiaron los sacos y llegó a la corte de su majestad como “Café Chileno” a pesar de que no se producía ni medio grano.
Valparaíso es un montón de cerros y calles empinadas que se toboganean hacia el mar helado. Las casitas de todos colores que hacen equilibrio en las cuestas, le deben lo pintoresco a que los porteños bajaban de los cerros a robar pintura de todos los barcos que llegaban. Nunca alcanzaba. Nunca tuvieron colores uniformes.
Aquí se vino a refugiar el francés que se robó la cepa de la última uva Merlot del mundo, que hoy Francia no tiene, Chile explota y exporta y el mundo la baja por la garganta.
El primer periódico grande de Chile, estuvo en Valparaíso. Se llama El Mercurio. Durante el gobierno de Allende se acuñó la frase famosa de “El Mercurio miente”. Aquí se sabe quién es quién dependiendo del periódico que compra. Ya ven, para la lucha contra el TLC mucha de la creatividad (“La Nación miente”) llevaba 30 años de inventada.
En una plaza, los leones robados de los parques de Lima recuerdan el triunfo de las fuerzas armadas chilenas. Hay milicos por todas partes. Aquí se gestó y empezó el golpe. Allá está Arturo Pratt, heroe de la guerra del Pacífico, que muere con el hundimiento de La Esmeralda. La Esmeralda se llamó y se llama el barco de guerra que estuvo atracado en esta bahía después del golpe. Ahí como en el buque Lebu, torturaron gente. En veganza, Lord Cochran, un inglés mercenario, atacó a los peruanos y caputró el Huáscar, barco que hundió a la Esmeralda de Pratt y lo llevó a Chillán, de donde no ha salido casi en 150 años, a pesar de los reclamos del gobierno peruano. En venganza, este año, la Corte chilena ordenó por primera vez el allanamiento del centro de deteción y tortura flotante y de todos sus archivos.
Subimos en un ascensor de madera, viejo como el puerto, hasta el Paseo 21 de Mayo. Un puestero quiere saber si yo vengo en el crucero, porque él es campesino y le gusta tomar fotos para que su mamá vea todas las cosas raras que trae el barco.
“Yo denuncio a toda la gente que ignora a la otra mitad”, acusa Federico (García Lorca), desde una pared en una calle cualquiera, de esas que digo que se toboganean.
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