Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Hospital tales

desde la isla de

Salgo y es de noche. Siento una especie de miedo de un asalto. Asumo que me veo tan fuera de lugar. Paro a ver a mi alrededor y veo que la gente se baja de un bus, cruza el parque, habla, se ríe. Ellos no tienen mi mismo miedo.

Hace una vida, yo era esa niña de la mano de una adulta, impresionada con las luces, la calle, los buses, con una sueter, viajando de un barrio popular a otro. Ahora, tengo una especie de miedo.

Para mi mamá, peinarse con sus rulos es ganar una batalla. Tiene otra cara. Come durante la cena. Quiere que le cuente de las noticias, de mis compañeros de colegio. Intriga contra la señora nueva de la cama de enfrente, que es muy metiche y me pregunta cosas sobre mi mamá que no quiero contestarle.

Ha sido y es agotador y a la vez, una enorme enseñanza. Ser amable con los guardas, las enfermeras, los asistentes de enfermería, saludar al llegar y al irme a todas las del salón. Bajarme del pedestal donde no recordaba que estaba.

Mi mamá dice que la comida no sabe a nada. No tiene sal. Yo la veo bien y creo que me la comería sin reclamar. Me conmueve la cantidad de comida que les dan, por la cantidad, lo bien que se ve, la frecuencia, el cuidado. Igual que las personas que trabajan ahí. Su atención es mejor, más personalizada y más humana que en el sector privado.

Hay una señora de 102 años que no termina de morirse. Una de sus hijas se convirtió al Islam. Se pelea todos los días con las enfermeras y reclama por todo, cuando no llora a la orilla de la cama de la viejita. Las demás del salón se la comen viva, por sus vestidos largos, de manga larga y su velo. Hay algo que la viejita no quiere soltar y tal vez por eso no termina de morirse. Tal vez los llantos de sus hijas y nietas se lo impiden. Desde ayer, cuando la veo, la saludo “Salaam aleikum” y se nota cómo le cambia el ánimo y sonríe y agradece y me responde “Aleikum salaam”. Mi buena acción del día.

Mi mamá es la pesada del salón. La que tiene más visitas. A la que le llevan de todo. Especialmente disfruta mi contrabando, se emociona y lo esconde y es toda una puesta en escena como se lo come a escondidas. Luego me dice que mejor no porque el doctor le dice que el azúcar no le baja más y ella sabe y él no, que es por todo lo que se come a escondidas.

Hoy pasé por el corredor de las cortinas de tiempo y de los fantasmas. Llegué al inicio del pasillo y lo pensé, un segundo, y decidí que hoy no les haría caso. Pasé sin novedad.

Sudo muchísimo, como si hiciera ejercicio fuerte, cada vez que voy. Le pongo crema a mi mamá en ambas piernas. De cocoa en los pies. Luego los brazos, con cuidado de no tocar la vía. Luego el humectante especial en la cara. El perfume. Quedo empapada.

No pensé que llegara a decir eso, pero ya me estoy acostumbrando


Gotitas de lluvia

Una respuesta a “Hospital tales”

  1. Estas invirtiendo en tu propia paz porque lo que damos se devuelve. Un abrazo.

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