Es cierto que yo quería que me invitaran. También es cierto que cuando lo hicieron, me entraron serias dudas de ir o no.
Pero fui. El calor era impresionante, como un sauna enorme.
Hay días que pienso que he avanzado como persona. Ayer no fue uno de esos días.
Odio ser la mujer más alta del lugar, la persona más alta. Odio no poder oír a la gente que me habla, porque me tengo que agachar. Odio el ruido distorsionado de la música. Odio tener que gritar para poder decir algo. Odio caminar de allá para acá. Odio no poder sentarme un rato. Odio sudar, sentir las gotas en la cara y pensar en todo lo que se ha corrido y que me debo ver como una puta del puerto. Odio sentirme alejada de todo, distinta. Odio luchar contra todos esos pensamientos, absorta en el ruido, viendo y no viendo a la vez. Odio sentirme incómoda. Odio no saber cómo comportarme, qué hacer, para dónde ver. “Esto es como los bailes del cole. Vamos de aquí para allá”. Eso también lo odio. Odio a la que se me acercó por detrás, y me dijo que andaba estrenando blusa y me arrancó la marca. Odio que esas cosas se me olviden. Odio sentirme desadaptada. Esa sensación de humillación. De que se ríen de mí. De que me tienen lástima.
Veo gente maquillada perfecta. Yo no me sé maquillar. Veo ropa que quisiera poder ponerme. Pero también sé que hay ropa y zapatos que se ven divinos hasta que los ves en tu talla real. Veo gente que sabe combinar accesorios, ropa, pelo, colores. Yo solo sé combinar letras. Quisiera proyectar seguridad, que me siento orgullosa de mi metroochenta, que me siento hermosa. No puedo. Siento que avanzo como una marioneta enorme, deforme, que se me ve la escoliosis, que se me nota la espalda curva.
No debí haber ido. Pero fui. No debí haberme quedado tanto tiempo. Pero me quedé. Tal vez fui con la tonta ilusión de bailar y cantar a gritos. No hubo nada de eso.
Bueno, check. Fui y me vine dos horas antes de que terminara. No daba más. Pensé en el camino de vuelta. Quedé ronca. Me dolía el cuerpo. Pensé mucho. Esta experiencia me generó una regresión a un tiempo que nunca me gustó. Tengo claro que no me gustan los molotes, los bailes, los conciertos, que no me siento cómoda así. Me siento muy sola en ambientes así. No soy la persona que se anima a hacer conversación- menos a gritos- con gente que no conoce. No soy la persona a la que la gente llega a hablarle. Soy la persona a la que miran con asombro como se mira a un gigante. Soy la excepción al ser social.
En la radio, una de las canciones de hoy, entre cumbia y ranchera, lamenta perder el amor de su vida. Me pregunto si eso es lo que me hace sentir triste y sola. Porque lo perdí. En realidad lo que perdí fue la idea de que eso existe. Pero no puede ser porque el amor de mi vida tiene 8 años, colochos, ojitos perfectos y me está esperando en el portón cuando llego y se alegra tanto de verme como de ver el algodón de azúcar que le traje del evento.
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