El frío es poderoso. Peor aun el viento. Pero para mí tiene algo de mágico caminar a la orilla de un mar tan azul, de un cielo tan amplio. Hay mucho silencio, mucha paz. El aire tiene el mismo sabor y temperatura del agua.
Anoche tuvimos que llegar en bus al hotel porque la empresa del carro falló. Tembló mientras esperábamos. En el camino, vimos una erupción volcánica, como su fuera la quema de un charral en una pista cualquiera. El humo rojo, el rojo disperso y en el centro, ese color encendido de la lava derretida y un olor prevalente a azufre.
El bus llegó a una terminal y sin saber nosotros porqué, nos pasaron a una buseta pequeña. Pato se había dormido y despertarlo no fue fácil. Pasarse a la 1 am de bus, a uno helado, tampoco. Pensé en esas mamás que son evacuadas en busetas en las madrugadas, que no tienen certeza de qué pasa y solo queda hacerlo con la esperanza de que todo funcione. Sus esfuerzos dedicados a calmar a sus hijos pequeños, porque ya es mucha la tensión y si lloran, es peor.
Marce nos despertó abriendo las cortinas porque si no, seguíamos durmiendo.
El desayuno es un bufet internacional con la ventaja añadida de productos islandeses con una tarjetita de explicación. Probé el pan de centeno, las jaleas, el salmón, el queso. Todo me gustó.
Fuimos a conocer la ciudad. Caminamos 4 horas.
No me explico cómo la gente sobrevive aquí, cómo hicieron identidad nacional, cómo o porqué se quedaron. Todo es sencillo, práctico, nórdico. El aeropuerto muy lleno de madera por todas partes, igual que la mayoría de los lugares. Excepto el baño, hecho con paneles de vidrio celeste, como si fuesen los de palacio de Frozen-
El hotel, lleno de colores cálidos, variaciones del café, pieles de oveja islandesa, lanudísima, y esas luces hogareñas color amarillo.
Al otro lado del puerto, se ven montañas grises cubiertas de nieve. La mayoría de la gente- locales y turistas- andan muy abrigados. Disfrutan del día soleado.
Almorzamos sopita. A Pato no le dijimos que era de oveja islandesa y tampoco preguntó. Estaba deliciosa. Vimos las tiendas que son trampas de turistas como cualquier otra. Cambian los colores y los temas, pero las intenciones siguen siendo las mismas.
Al frente de la Municipalidad, una laguna hermosa, llena de cisnes y patos gorditos y mal educados. Ven llegar turistas y se acercan muy simpáticos a hacer piruetas. Los cisnes se ponen más elegantes, los patos de consumen en el agua helada por mucho tiempo. Apenas se dan cuenta que no habrá nada de comer, dan media vuelta y se van moviendo mucho la colita.
Hay un parque bastante modesto. Al frente, un galerón que parece de esos para almacenar herramientas, pero es el Congreso. Aquí, en la plaza, gasearon a los islandeses que se opusieron al ingreso de su país en la OTAN.
Caminamos a la catedral luterana, que se alza desde el inicio de la cuesta que hay que subir para verla. Quedo con la impresión de profundos sincretismos, una especie de santería nórdica: frente a la Iglesia, una estatua enorme a Leif Ericson, islandés y vikingo, en el aniversario número mil del descubrimiento de Vinland, hoy Estados Unidos.
Adentro, un árbol hecho de ramas, con muchos papelitos blancos amarrados con lana de todos los colores por la misma Freya. Un cartel que dice que ya no caben más oraciones. Aunque sé que son luteranos, me extraña no ver altares ni Cristos crucificados.
Puede ser que estoy sesgada, porque aquí todo tiene que ver con vikingos: los nombres, las calles, los negocios, los souvenirs. Tal vez es cierto lo que le dijimos a Pato, que esta era la Isla de cómo entrenar a tu dragón. Es la isla de los hombres que no sabían que su vida era durísima hasta que los extranjeros empezaron a llegar y se los dijeron.
El frío explica, de alguna forma, porqué aquí hay tanto metalero. Hay un museo punk de historia islandesa.
En el super hay una sección completa de snacks de proteína que son diferentes presentaciones de pescado seco. Hay cajitas con pedacitos de tiburón. Al desayuno, recomiendan un shot de aceite de pescado.
Marce me dice que esperaba ver más gente rubia de ojos celestes. Ya he detectado algunos que estoy segura que son elfos.
Hay otro ritmo aquí, aunque es una capital europea. Desde el balcón de la habitación, se ve una casa, donde una vez se reunieron Reagan y Gorbachev. No entiendo cómo acordaron venir a este peladero.
Me recuerda a Alemania, al sur de Chile. Será que me podría acostumbrar a vivir aquí? No creo. Admiro a los que se ven cómodos y en su sitio con este frío, abrigados correctamente, con ropa elegida y combinada. No como yo, que no tengo look escogido para este nivel de frío, paso con el pelo aplastadísimo y la nariz roja y moquienta.
Aun así, amo el viento. Y el silencio.
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