Die Lage ist hoffnunglos aber nicht ernst
Parece del Holocausto y lo es. Pero también es de muchas otras cosas.
El ruido de fondo llega a ser insoportable. Llega a dominar todo. Y es peor cuando en la cámara los personajes hacen otras cosas cotidianas, en su vida de lujo, la que ordena la sociedad, cumpliendo su sueño de éxito social.
Se siente el olor, el miedo, la chimenea que todo se lo traga.
Pero ellos hablan casualmente de la flor que se sembró y también de la vecina judía que debe estar detrás del muro.
La esposa del comandante es como una niña malcriada, que sueña con volver a Italia y se ríe de tonteras y se aferra a su status.
Las criadas, mujeres polacas, parecen estar bajo un estado de pánico constante. Ellas sí ven lo que pasa.
Uno de sus hijas camina dormida. O simplemente se levanta por las noches y se sienta frente a la ventana a ver el fuego de la chimenea del crematorio.
Otro se divierte examinando puentes dentales.
La bebé duerme en cuarto con una de las empleadas. No para de llorar nunca. La empleada ni siquiera hace a consolarla. Parece que bebe para soportarlo todo. La madre ni la escucha.
Los prisioneros que se encargan del jardín, abonado con cenizas de seres humanos, son invisibles para los de la casa, cumplen robotizados, disasociados o más bien concentrados en confundirse con el paisaje porque de eso depende sobrevivir.
La vida sigue y la sociedad es cómplice. Se naturaliza lo inaceptable. Se justifica. Todo está corrupto.
Detrás de los muros de las casitas del barrio alto, están los techos de cartón.
La escena del Auschwitz actual, es chocante. La naturalidad con la que entran los empleados – todas mujeres- a barrer las cámaras de gas. Limpian los ventanales de la exhibición de las montañas de zapatos de todos los tamaños, que ya están grises de tiempo. Pasan un trapo por los crematorios. Mero trámite todo. Porque la vida sigue.
Supe que yo no podría ir allá. No podría entrar a esa cámara. No podría con tanto dolor acumulado.
Y, sin embargo, en mi día a día, parece que puedo. Y cada pequeña ayuda, cada gesto de solidaridad, cada manzana o pera que se deja escondida, es insuficiente para la tragedia.
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