No se le permite a los taxis andar por la calle. Son como el pariente que avergüenza a la familia, solo se les llama cuando se les necesita y sin hacer mucho alboroto. Entonces, nunca se ven por la calle.
Y en la calle, las aceras están de adorno porque nadie camina. Y si yo digo que camino me pregunta if I’m nuts y les digo que I’m on my way there si la gente se sigue sorprendiendo de que use mis piernas para algo más que ponerme una minifalda.
Entonces, la única que camina soy yo. Y me lleno de miedo al verme caminando sola en una ciudad desolada y al ver que en medio de todo, los únicos otros que están en las aceras son homeless, drogadictos y locos, que salen de donde menos uno se lo espera y te da la sensación de que te puede pasar algo como en las películas en las que un latino que entra en un seven eleven y se lleva las manos a la bolsa solo puede hacerlo para sacar un revolver cargado y gritar que es un asalto mientras a mí se me quiere salir el corazón por culpa de la paranoia racista y el presentimiento a lo hollywood.
Entonces me encierro en el hotel desde muy temprano y calculo bajar a cenar con un libro. Escribir lo que me tiene lejos de esta pantalla. Pensar en la que no es ridículo que aunque sean solo tres días, extrañe mucho a alguien.
A menos de 20 millas de aquí, Mickey decepciona a chiquitas como fui yo, hace demasiados años, cuando la sobredosis de imaginación no sirvió para disimular la tristeza de aquel peluche que a pesar de todo lo que decía la televisión, ni hablaba ni entendía español. Se limitaba a saludar con su guante blanco percudido. Se sigue limitando.
Deja un comentario