¿Qué te vas a imaginar vos, a tus cincuenta y tantos años, que hay alguien (yo) que se sueña con vos?
Nada de esos sueños lujuriosos. O sí, tal vez un poco. Pero sobre todo, esa segunda razón del sueño que es la añoranza infantil. Y tiene sentido, porque vas a ver que es una ilusión sencilla y cuando sueño lo que sueño con vos, siento que sonrío desde el lugar consciente donde veo el sueño.
En este, llevaba a un grupo de estudiantes a Arizona Medical a que conocieran. Tu oficina queda muy cerca de recepción, así que siempre pregunto por vos solo para que me digan que estás ocupado. Pero la puerta la tenés abierta y aunque no levantás la cara, la secretaria me dice que decís vos que pasemos.
La parte ilógica. Tu oficina perfecta, estándar, tiene tres sillas de visita, un escritorio y detrás del escritorio una cama como de hotel, con sábanas y almohadas blancas.
Vos me hacés la seña de que vaya con vos y que me acueste en la cama.
Empezás a atender a los chiquillos, a escucharles la propuesta, algo de nuevas opciones de concreto.
Yo, como no tengo nada que hacer, empiezo a jugar con la sábana y a meterme debajo de ella, como haciéndome un castillo blanco. Hago una cuevita con la almohada. Y ahí, mientras vos hablás muy serio, llega tu mano y me la das y me apretás con fuerza, mientras seguís con tu conversación gerencial y retás a los chiquillos con ideas.
Así se nos va una hora. Desde un espacio libre, debajo de la sábana, te veo sonreír cuando me llevo tus dedos a que me toquen los labios.
Te veo la cicatriz encima de una ceja. Hace poco supe que el pleito colegial fue más allá, que casi te matan de la paliza y que te dejaron una semana en coma. Pensé en la angustia de tu mamá. Y en porqué sos tan necio con eso de que todo se puede hacer, que es solo cosa de encontrar la manera.
Te veo como sos y estoy segura que no tenés idea de cómo te vemos los otros. O de cómo te veo yo. No me creerías.
No se me olvida aquel día que nos encontramos en un ascensor y no te reconocí.
Quisiera saber desde cuándo vos crees que nos conocemos.
La reunión termina. Yo me levanto muy digna, me despido y en el camino los chiquillos me dicen que piensan que vos querés algo conmigo.
Me río y les digo que nada que ver. Que lo que pasa es que nos llevamos muy bien, que somos buenos amigos.
Pero aun siento las manos tibias. Y sonrío.
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