Siempre odié la forma en que tratabas a tus hijos. La furia, el odio, cómo los golpeabas en cualquier lugar.
Odiaba que me dijeras Alex. Odiaba cuando me preguntabas si éramos ricos o pobres e insistías en la pobreza.
Odiaba tu catolicismo fundamental, la necesidad de estar oyendo al padre Minor, de ir a misa todos los días.
Había tantas cosas que no sabía. Las hay, todavía.
Admiré que siempre usaras fustán y medias de nylon en el clima de pantano de Golfito.
Me sorprendía que de joven te confundieran con tu hermana mayor porque siempre las vi diferentes.
Me parecía increíble como se entretejió tu vida, en algún momento, siendo el amor imposible de un amigo de mi papá que siempre siguió preguntando por vos.
Hace seis años te apagaste. Probablemente desde antes se veía que eso pasaría y te fuiste yendo a exiliarte en alguna calle sin salida de tu memoria.
El último día que te vi normal fue cuando conociste a Pato. Te asombró lo lindo que era y cómo bailaba. No sabía que estabas donde mi mamá porque habías estado muy agitada y nerviosa, cambiándote de ropa, diciendo que tenías que irte. Nadie lo notaba.
Después de eso, solo en silla de ruedas, callada, acostada, sin reacción a nada.
Te fuiste apagando hasta que ya no había tintes, ni cachetes, ni risas, ni Dios.
Tu hija- cosa increíble- te dio todo el amor del mundo. Todo.
Hoy me dicen que ya el cuerpo tuyo no dio más y cerraste la puerta, finalmente, en ese rincón a donde te escondiste.
No siento nada. No sé.
Tal vez un poco de indignación porque no está bien que una mujer haya tenido una vida tan dura, tan llena de dolor y de maltrato. No está bien que hayás venido solo a sufrir. Que hayás llorado tanto. Que te lastimaran tanto. Tu marido, tu hijo. Tu familia. Yo misma.
Tía, yo nunca supe, hasta muy tarde, porqué te habías venido a San José o de quién venías huyendo. Para cuando supe, la muerte de tu marido debe haber sido una enorme liberación. Tenés que saber que al cielo a donde vas no estará él.
Me preocupa más mi mamá, que ahora no supo ni cómo abrazarme para llorar por vos y decirme que es horrible esto. Que ustedes se empezaban a desgranar.
Yo eso ya no puedo entenderlo, porque no entiendo cómo le tiene miedo a la muerte.
¿Para qué decirle que es un proceso natural si ella la ha sentido siempre como el enemigo que le robó a Alejandro, a un hijo?
No voy a la vela ni al funeral. Tengo mucho que hacer y no quisiera que se me note todo lo que estoy pensando.
Ya podés abrir la puerta. Allá hay sol con brisa y es un lugar tranquilo. Finalmente.
Deja un comentario