Mimí nunca tuvo ningún problema con que yo viera tele cómodamente arrellanada en un sillón de la sala, mandarina o paquete de bizcochos en mano. Se asomaba de vez en cuando desde la cocina, secándose las manos en el delantal, y sonreía al verme divertida con los Picapiedra, atenta a la casa de la pradera o cantando las canciones de Odisea Burbujas.
El problema fue cuando empezaron a dar Hola Juventud. Al principio yo no le daba pelota. La música se oía por radio, no se veía en la tele, y de todos modos, ese programa era para gente de colegio, no para mí, que apenas batallaba, en cuarto grado, por entender la obsesión de Cocorí con una rosa.
Mi prima Némesis se encargó de cambiar todo aquello. Con su roce internacional y la experiencia inigualable de haber vivido en Berkley, hablaba inglés con perfección bilingüe mientras yo apenas podía elaborar frases como See Jane jump.
Además, la mamá de Némesis tenía amigos músicos. Némesis bailaba ballet y estaba en clases de jazz. El abuelo de Némesis dirigía una orquesta conocida como “La Académica”. En cambio, mis conocimientos musicales se extinguían en Cricri y canciones infantiles que me enseñaban en la escuela.
Así fue como poco a poco, mis fábulas favoritas se vieron desplazadas por un programa de videos, que entre el chiqui chiqui y muchachas en bikini bailando en ojo de agua, intercalaba los éxitos del top ten americano.
Entonces, a escondidas de Mimí, Némesis y yo nos encerrábamos en un cuarto, nos sentábamos en el suelo, embobadas a ver la televisión. Némesis me pedía que cerrara los ojos y sintiera el ritmo y las sensaciones que provocaba la música. Yo no sentía nada, pero disimulaba para no darme por menos.
En sus canciones favoritas, Némesis se levantaba e improvisaba una coreografía con la habilidad de su cuerpo de bailarina. Yo la imitaba con recursos mucho más limitados y modestos, pero trataba de dejarme llevar con brinquitos más o menos rítmicos.
Sueños
Para mí era un juego. Para Némesis, un desafío a Mimí. Némesis, apenas dos años mayor que yo, pero muy versada en cosas del mundo, me estaba haciendo grande.
Entonces Mimí entraba y al vernos en semejante estado, se enfurecía y de un manazo apagaba el televisor. Mi prima la enfrentaba y le reclamaba la interrupción. Yo me le escurría por detrás para prenderlo de nuevo. Mimí me detenía con ojos de fuego.
“Dejen de ver esas mierdas”– nos decía en tono amenazante.
A mí no me afectaba tanto, porque era cosa de cambiar el canal y ponerme a ver los pitufos, sin tanto ruido y sin tanto brinco y además en un idioma que yo entendía. Némesis veía las cosas desde otro punto de vista y le exigía, arrogante, razones a Mimí.
“¿Porqué las vamos a dejar de ver si nos gusta? Es música, Mimí. En sus tiempos era el tango ahora es el Rock. Déjenos en paz!”
“Némesis Natalia (ese es el nombre completo de Némesis, que no lo niego, me causa cierta satisfacción) Es distinto”- le contestaba Mimí
“¿En qué? Música es música. Los tiempos cambian, Mimí. Así somos los jóvenes. ¿Verdad Sole?” Y yo, sin reparar en los clichés de Némesis, respondía sacudiendo la cabeza afirmativamente con la fuerza y al ritmo de los Beatles en Twist and shout y moviendo la cadera.
Mimí rara vez se encontraba sin palabras. Tal vez la rabia fue lo que la obligó a guardar unos quince segundos de silencio, antes de destrozarnos con los motivos de su furia:
“¡Ese rock es erótico y frenetizador!”
Dio media vuelta y se fue. Némesis y yo nos quedamos de una pieza. Ninguna de las dos sabía que era erótico y mucho menos qué era frenetizador. Ninguna se animaba a preguntarle a Mimí.
Aquello sonaba a algo horrible y oscuro que nos haría mucho daño. A algo que, de exponermos, nos haría terminar en la versión moderna de los arrabales de los tangos y creceríamos para ser mujeres muy altas, con propensión a usar minifaldas y tacones, diciéndoles cosas de doble sentido y aguda inteligencia a los patanes, los picos de oro y los libidinosos que nos encontráramos por ahí, condenadas de por vida a los impulsos de aquel rock erótico y frenetizador del que tanto nos había advertido Mimí.
Feliz cumpleaños, Mimí. Hubieran sido 90.
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