Soñé que era mi casa onírica. Los baños estaban recién remodelados, como en la realidad. Pero en el sueño habíamos forrado paredes con bolitas de cristal en degradación de colores en tonos melocotón. Era pesado y excesivo y barroco pero me encantaba cómo la luz daba sobre esas perlas.
Mi padrastro empezaba a arrancar las bolitas con una espátula. Yo trataba de detenerlo pero no podía moverme. Y sentía la cólera de ver cómo destruía lo que a mí me gustaba, mi casa, mi baño, sin derecho, sin preguntar, sin disculparse.
Yo ahí paralizada, llorando de furia. Temblando. Cuando me pude mover, me fui corriendo a buscar ayuda.
Pero cuando volví, mi casa parecía el palacio de la Bella Durmiente. Ya no era blanca, era gris y negra. Ya no tenía ventanales llenos de luz, eran ventanas pequeñas y oscuras. Ya no había jardín, solo arbustos llenos de espinas enormes. Ya no eran esas líneas limpias. Había torres con picos, descuadradas. Era de noche. Oscureció más temprano, por la época del año o las nubes negras.
Y adentro, aun se oía el raspar de la espátula arrancándome las vísceras por dentro.
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