Esta, por ejemplo, que vine a recordar a raíz de la labor investigativa del Diario Extra el madrugador, me la contaba Mimí cuando me aclaraba las referencias históricas de mi adorado Marcos Ramírez, sobre todo de ese período tan oscuro y tan doloroso que relataba Calufa al referirse a los dos años de la dictadura de los Tinoco. Fue cuando les tiraban billetes por las ventanas, cuando hubo hambre, desocupación y represión, cuando él, por ganarse unos pesos, fue a boxear donde los Boy Scouts con un amigo y los hicieron leña, cuando animado por la arena de una maestra (Carmen Lyra) en el parque de La Merced, se unió a la manifestación que culminó en la quema de La Información.
Mimí decía que Pelico (Federico, el presidente), era cocoliso total sin un solo pelo en todo el cuerpo, de ahí la ironía maldosa y choteadora de su apodo. Cualquier foto que intente acreditar lo contrario evidencia la mala calidad de las pelucas de la época. Cuando yo preguntaba que ella como sabía eso, me daba extrañas referencias a historias que habían pasado de boca en boca posiblemente originadas por alguna antigua novia, puta o una amante abandonada. Pelico murió exiliado y forrado en plata en Francia. No tuvo hijos.
De Joaquín, decía, en cambio, que era un galán; un hombre, además de guapo, simpático. No decía si era o no efusivo o si alguien se sentía ofendido por sus efusividades. Revisando material histórico, llama la atención que el General Tinoco, Ministro de Guerra de su hermano, traidor y golpista (diría Hugo Chavez) del presidente constitucional, Alfredo González Flores, en efecto era de carne débil y deseo eterno, picaflor consagrado, porque simple y llanamente se le calificaba de mujeriego.
Nota de Sole: No encontré otra foto, pero yo al menos no le noto ni el encanto ni lo efusivo.
Y si ya hay libros de historia que dicen eso, era porque don Joaquín o era muy bocón y exagerado con respecto a sus conquistas, al mejor estilo tico; o en efecto arrasó con medio San José de la época, una especie de Trujillo agallopintao. Ya lo decía Kissinger, el poder es el mejor afrodisíaco, así que cualquier mujer que quisiera coger por status se hubiera dado por el pecho por echarse al hombre fuerte del régimen o por miedo no se hubiera negado. No había ley contra el acoso sexual en ese entonces. Cualquiera que haya ostentado un poquito de poder o babeado por algún poderoso puede confirmarlo. Maripepa, por ejemplo.
Pero volviendo al punto, la cosa es que don Joaquín fue asesinado en Barrio Amón, una cuadra al sur de su casa (que era esta), en la esquina de la “frente al Bar Limón” decía Mimí y eso precipitó la caída del régimen, que ya estaba muy debilitado.
Nota de Sole: Observadores y amantes de casas viejas, notarán que esta todavía existe.
Investigando, hay registros que indican que esa noche lo llamaron para que se presentara en algún lado. Galán y coqueto como era, se alistó, presumo yo que perfume, peinada y enjuagada por arriba y por abajo antes de salir y por si acaso. Una cuadra al sur de su casa, frente al Bar Limón, una voz en la oscuridad lo llamó: “Mi general”.
Un disparo le entró en el ojo derecho. Al general no le dio tiempo siquiera de desenfundar. Sus guardaespaldas salieron corriendo y pararon en seco al escuchar dos tiros más. Cuando consideraron que era seguro, regresaron a ver en qué había terminado aquello. Encontraron al general muerto, y a su lado, a su hijo de siete años, que había seguido a su padre y presenció el asesinato. Todo esto sin denuncia, procedimiento administrativo, intervención del directorio de la Asamblea, juicio de la prensa, presunción de inocencia, pactos de silencio ni ninguna de esas pendejadas.
Siempre se creyó que fue un asesinato político. Motivos sobraban. Mimí opinaba, y es probable que no le faltara razón, que más bien lo mató un esposo celoso, enterado de que el general había reclutado a su esposa en la amplia lista de su harem personal y josefino, al que le vino al pelo (mismo que le faltaba a Pelico) el despelote nacional para que nadie buscara a un cornuto como responsable del homicidio. Nunca se encontró al asesino.
Yo lamento que en el colegio nos enseñen de las barbaridades de esa dictadura y casi no se hable de la actitud valiente de los maestros. Esos fueron los que se manifestaron y quemaron la información porque el régimen les iba a imponer una contribución forzosa para mantenerse en el gobierno. Como se negaron, los despidieron a todos. Ahí estaban Carmen Lyra y Luis González, entre otros. No nos cuentan de Rogelio Fernández Güell, periodista opositor, asesinado en Buenos Aires de Osa; de Marcelino García Flamenco, Julio Acosta o Roberto Brenes Mesén, ni del nefasto papel de Minor Keith, el de la Yunai, en el lobby hecho ante los Estados Unidos para que reconocieran el régimen como válido. Se omite, como siempre, cualquier prueba de que alguna vez fuimos algo más que siervos menguados. Como si ellos hubieran sido personajes de película, que aparecieron por generación espontánea y se fueron sin dejar rastros, hijos, negocios, o formas de ser. Como si de eso no quedaran ni huellas, ni ejemplos, ni consecuencias.
Desconozco si hay relación entre aquel Joaquín y el Tinoco que protagoniza nuestro actual circo, ese que destronó a Luis Fernando Burgos, al ridículo de los cien días y a los 4 goles que le metieron a Saprissa, pero me queda la duda si algún día descubrirán que no es solo la altura, los ojos o el pelo lo que viene en los genes. Entonces podremos saber si algún sentido tenía aquel dicho de que lo que se hereda no se hurta.
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