Una de las cosas en las que hago gala desvergonzada de una de mis neurosis, es con los libros. No los presto. A nadie. Ni siquiera al Antídoto. Parto del principio básico de libro prestado, libro robado. De chiquilla pedía libros con título y todo para Navidades y cumpleaños. Necesito leer antes de dormir. Me llevo un libro si tengo que ir de mandados. Lo llevo a la oficina si está demasiado bueno y le robo descaradamente tiempo a los clientes para leerlo a gusto. Me desespero si no leo algo. Considero al baboso que me presta un libro como una persona de extrema confianza y alguien a quien puedo considerar verdaderamente mi amigo sincero, ese que decía Martí que le da a una su mano franca, sobre todo cuando me sigue hablando a pesar de que no devuelvo lo que me han prestado.
Me lamento de no ser políglota cuando me torturo pensando en todo lo que me estaré perdiendo por no leer su versión original. Veo las películas de libros leídos y busco los libros de las películas que me han gustado para hacer mi propio review personal. A ellos les debo mi ortografía de rechupete. Yo comparto aquello de que el cielo debe ser una enorme biblioteca. Amazon y otras e-librerías me vinieron a abrir los ojos a la inmensidad de cosas de leer y a un precio módico. Conseguí libros que para mí eran tan solo leyendas. La historia de los Tupamaros, por ejemplo.
En Buenos Aires, al entrar al Ateneo, un viejo cine convertido en librería, casi caigo hincada. En todas partes busco tiendas de libros usados y me quedo tanto tiempo que usualmente me echan. Considero eso de sillones cómodos, lamparitas y silencios como de los mejores inventos para cuando me quiero leer medio libro antes de decidir comprarlo. En Nueva Década me soportan que anda vagando de un corredor a otro, que saque todos los libros del estante, los medio vea, los comente, los pregunte, haga un montoncito y al final me entre la consciencia y la ausencia de harina y no me compre nada.
Me muero de ganas por hablar con alguien que haya leído algo que yo también leí y que le haya apasionado. Pero con tanta variedad y oferta, es cada vez más difícil toparse esas casualidades. Mantengo la oreja abierta a cualquier recomendación y me leo las críticas de libros en periódicos locales y de afuera para ver qué me compraré a continuación. A veces busco uno por años hasta dar con él. Hay uno, por ejemplo, Corazón a Contraluz, que la mamá del Antídoto me consiguió en el país del fin del mundo, aquel con forma de fideo, fotocopiado de una biblioteca porque la única edicicó hace mucho tiempo que se había agotado. Me lo leí en un día.
Soy del ala conservadora que considera que un libro rayado, sobre todo por otro distinto a su dueño, merece castigo como del Código de Amurabi, que contenía aquel principio nada cristiano de ojo por ojo y no volverle a hablar al perpetrador, exigiendo la compra de un libro idéntico al violentado, nuevo de paquete y de la misma edición. No leo libros electrónicos ni aunque sean gratis. Yo todavía necesito la sensación del libro y el papel en la mano. Solo accedo, imprimiendo y empastando, cuando la tentación es demasiada.
Los leo una, dos, tres, hasta quince veces. Me sé algunos diálogos de memoria. Cuando no tenía muy clara la diferencia entre la imaginación y la vida me convertía en un personaje por varios meses. Los libros siempre me llevaron a otro mundo, distinto, único, mío, donde yo no veía, ni escuchaba ni sufría lo que pasaba a mi alrededor.
Como resultado, he leído desde almanaques mundiales hasta clásicos de la historia, y en alguna ocasión, a falta de algo más, completito el Nuevo Testamento. Y así como le he podido encontrar el gusto a noveluchas Light y darle el thumbs down a cosas sobre los que otros babean, también es cierto que muchas veces me he embarcado, y aunque por orgullo me termino el libro, me da chicha haber gastado en eso.
Antes había opciones de llevarlos a compraventas, pero no siempre es negocio porque a veces no hay ahí lo que uno busca. Y los tres pesos que me dan por mis libros viejos- por los que no quiero- no me compran ni cinco hojas del libro nuevo.
El Antídoto, conocedor y sufriente de esta particular manifestación neurótica, el otro día me puso en conocimiento de este mammifico sistema: una feria de truque de libros! Donde yo pongo los que quiero intercambiar y busco en listas ajenas lo que quisiera leer. Uno solo asume los gastos del envío y he de reconocer que a pesar de los chismes el correo de aquí no es ni tan caro ni tan indeficiente.
Para conocer este esquema, pueden darle clic aquí . Si alguien se anima, me cuenta.
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