1. Desde el país de origen, valiéndose de yahoo o google maps, trazar exactamente la ruta de recorrido, que incluye millaje, tiempos de recorridos, puntos de interés y esquinas donde debe procederse a doblar, con todo y flechitas para nosotros los disléxicos de la lateralidad.
2. El aeropuerto es el mejor lugar de alquiler. Llegar al parqueo donde están todos los carros, poner las maletas en el suelo, rebuscar entre los papeles del maletín, exhibir triunfante la confirmación de Internet de la reservación y decir en english que vengo por mi carro rentado. Reversar el proceso completo y repetirlo en el mostrador del sótano que es donde se hace eso.
3. Pedir que le pongan todos los seguros existentes, pedir direcciones para entrar en el jaygüey, preguntar por tránsitos, estados de los caminos y tormentas tropicales de verano. Explicar que en la vida se ha manejado un chunchito automático. Escucharles decir que yulbiokey y pedir que te estafen entregándote un tanque lleno a precio de crisis de medio oriente para evitar hacer el ridículo en una gasolinera de esas de autoservicio o antojarse de chicles y cosas que no se pueden ingerir manejando. Ante el ofrecimiento de GPS, muy ufano mostrar mis instrucciones de manejo de yahoo debidamente impresas.
4. Meter maletas, ponerse el cinturón, prender la radio, olvidarse de ser ateo y encomendarse al dios de Mimí. Acelerar al máximo y avanzar a frenazos. Dar vueltas por el parqueo unos diez minutos a velocidades mínimas, frenando como si fuera colisión o impacto hasta tener dominada esa máquina diabólica que no sabe que lo civilizado son las marchas y los clutches, sobre todo cuando uno maneja como mujer en país latinoamericano.
5. Llegar a la salida y extender papelitos de revisión para que te digan que devolvámonos porque yutuktherongcar y ahora me cae que tengo que parquearme en reversa para devolverlo y así probar mis nuevos conocimientos. Explicar que nunca había manejado un automático.
6. Repetir todo el proceso y de golpe y porrrazo, entrar en carretera d eocho carriles. En el de en medio, para estar atenta a mi salida que es la 139 B porque me di cuenta que el scoth no pega mis direcciones en el dash, que si las veo a ellas no veo el camino, que no puedo ir viendo un mapa y que lo único que queda es el recurso que nunca me falla: la memoria. Decirme varias veces: no es tan difícil manejar un autmático.
7. Ir al máximo de velocidad autorizado porque hace 4 años por andar de peligrosos casi nos quitan el carro y nos hicieron una multa de cuatrocientos dólares. Entonces no paso de 65 o de 55 según corresponda. Me rayan por los dos lados. Me atosigan los furgones pegándoseme al bumper, con sus pitos de barco y sus luces cegadoras. Algunos son furgones dobles. Cuando me pasan me pitan, no de saludo, si no de madrazo. Me insultan en todos los idiomas y con todos los gestos y me maravillo de lo que la inmigración ilegal y la diversidad cultural permite.
8. Ir escuchando cualquier emisora que hable en español, para tranquilizar los nervios. Aunque sea de regatón. Aunque hablen espanglish. Aunque no puedan pronunciar las erres y las eses al final de las palabras. “Atrévete” de Calle 13, me logra sacar una sonrisa y destensar un poco las manos del volante. Mover el dial conforme avanzo hacia el sur hasta caer en Cspan y un general isarelí explica que no tienen más opción que esa. Los ex soldados llaman y en tono militar, están con isarel, sir, yes sir. Los hippies llaman y rompen a llorar por la muerte de la paz. Los born again Christians llaman e invitan a moros y judíos a reconocer a Cristo y a dejar de pelear.
9. Salirse en la salida que toca y aprovechar el semáforo para memorizar las próximas acciones. Ver pasar malles, tiendas, restaurantes, pensando que en la de menos al regreso puedo parar un ratito sin perder la única entrada que me llevará a ese paraíso.
10. Recordar todo el tiempo que son otras velocidades, que no son ticos, que tirarme de un lado a otro me puede costar muy caro, que si perdí esa salida ya vendrán otras.
11. Cuando ya he superado por tres el tiempo y distancia de mi recorrido según instrucciones de Internet, parar en supermercados o casetas de turismo a averiguar si ando perdida y como hago para regresar al camino correcto. Sonreír mucho y pedir perdón por mi acento de hispano y por mi despiste.
12. Llegar al destino, completar mi asunto, y devolverme calculando poder llegar de día y sin lluvia, fuera del rush hour. Agradecer la ausencia de huecos en las calles y la existencia de rótulos. Implementar el consejo de quedarme en el carril del extremo para que nadie me reclame por lenta. Planear desde una hora antes como devolverme al carril del centro cuando se aproxime mi salida, esperando un espacio de más o menos 800 metros.
13. Entregar el carro agotada. Responder al del rentacar que no le pasó nada al carro, que solamente es la emoción porque jamás me imaginé que lo iba a lograr sin dejar un pedazo de vida medio atropellada. Explicarles que nunca había manejado un automático.
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