Ella hacía todo. Trabajaba, corría, iba, venía.
Cocinaba, recogía, arreglaba, lavaba.
Mi padrastro se quedaba sentado. Nunca le ofreció ayuda.
Eso no la detuvo. Tampoco dijo nada. Ni un solo reclamo.
Apretó los dientes, cerró los ojos a todo y siguió, con más rabia.
Tal vez por eso los gritos, los golpes, las ausencias, los silencios.
Tal vez por eso terminó enojándose con la vida.
Tal vez sea hereditario
eso de resistir, de resentir, de rendirse y abandonarse.
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