Llamo a mi prima Margo para contarle. Yo sé que ella es la única que entiende. A veces yo también me extraño que después de trece años aun me afecte tanto la muerte de Mimí.
Le cuento que me soñé con Mimí. Siempre son tan vívidos esos sueños. Entro en otra dimensión donde las cosas siguen ocurriendo en otro tiempo, y ahí estaba Mimí, en la cocina de la casa de siempre, esperándome. Me reclama que hace mucho que yo no venía y yo la abrazo mucho mucho. Las dos sabemos que ninguna decide esas visitas. Yo estoy ahí como cualquier otro día, vestida como hoy, después de un día de trabajo y Mimí se ve como siempre, está cocinando, arroz con pollo: “Pelame esa zanahoria. No te comás las pasas.” y preguntándome por todos. Yo me siento otra vez querida, otra vez protegida, otra vez feliz y me da un poco de vergüenza porque ya estoy vieja y no soy aquella chiquilla que necesitaba que Mimí la defienda. Quiero contarle tantas cosas, del Antídoto, de mí, del tiempo que había pasado, de lo mucho que me hace falta. Ella me da en el sueño una mala noticia y yo, de la impresión, me despierto.
Un psicoanalista diría que es la simple manifestación síquica de mi deseo infantil de estar de nuevo con Mimí o la señal de que sigo tramitando su muerte. Una vidente new age, me felicitaría por la capacidad innata de establecer conexiones espirituales y recomendaría tomar precauciones contra males que se avecinan. Mimí, en cambio, me hubiera advertido, preocupada de una potencial panza, que soñar con muertos habla de nacimientos y que hay que comprar el cero ocho en lo que haya: chances, rifas, tiempos o lotería.
Mi prima Margo lo ve diferente. Ella me escucha sin interrumpirme y no me dice nada cuando nota que a mí se me salen las lágrimas. Fija la vista en la colcha de la cama y hace arabescos en la tela con el dedo. Y me pregunta:
“Cómo la viste, Solecita? Estaba bien, ella? Se notaba contenta?”- se interrumpe un momento y sigue, inundada por mi misma tristeza- “Hace mucho tiempo que yo tampoco veo a mi abuela”
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