Me sigue costando. Empezó el día que fui a la Universal a buscar libros de primer grado. Los árboles, la música, la decoración, poco a poco me di cuenta que me estaba abrumando y que me puse ansiosa y triste. Y desde ese día, un poco como las luces del árbol, tengo días y a veces momentos en los días en que me siento mal y triste y desconectada y momentos donde siento que tal vez algún día podré disfrutar la Navidad.
Se atrasó mucho la decoración en la casa y ni siquiera quise hacer el intento de sacar todo. No hay portal. No hay botas. Pero es que la casa aun está como a medio camino de una remodelación que terminó hace seis meses. Y está Siggy, que todo lo bota y lo quiebra.
Ese día sacamos unos adornos de Santa que me gustan mucho porque son como juguetes preciados. Pato quebró uno. Y toda la tensión de esas emociones se me salieron en un regaño cruel y pesado. Un rato bien, otro malo.
Cuando no me siento plana, cuando no estoy pensando en pedirle al doctor que me reduzca el medicamento, me siento molesta, urgente, ansiosa. Necesito poner la cabeza en otro lado.
Le dije a una amiga pero diciéndome a mí misma, de la presión de la música, la publicidad, los medios, de la mejor época del año pero para una, una acumulación de cosas, mandados, últimos minutos, cansancios, enfrentar esos fantasmas.
Los míos se revuelven. Pato me dijo anoche que quería quedarse despierto para ver llegar a Santa. Quise contarle que siempre lo intentaba para ver a mi papá. Pero no lo quiero asustar. La imagen de luces y árboles y colores pero siempre con la sensación atrás del depredador, del dolor, del miedo.
También me enojo. Con el cliente que, habiéndole enviado un mensaje de que me fui de vacaciones, insiste en que le haga una última cosa. Con mi padrastro que en su vejez parece no recordar sus maltratos y mucho menos pedir perdón por eso. Que ve en mi hijo lo que nunca supo ver en mí. Con la vida, que me muestra a mi mamá decayendo cada vez más, acercándose a la muerte, aunque ella no quiera darse cuenta. Con los gastos. Con ese amigo dulce que ahora es un hombre profundamente amargado.
Pienso y pienso y pienso y casi no recuerdo nada de la Navidad del año pasado. Recuerdo que me vestí de elfo. Que amanecí atrapada en esto el 24 y que a media mañana decidí combatirlo. Recuerdo que me costó mantenerlo y que Pato nos despertó muy temprano el 25.
Hoy debería recordar que, ante todo, sobreviví. Y que pasé todo este año reponiéndome, recuperando.
Llegará una Navidad en que sea todo cálido y amor y alegría y agradecimiento.
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