Me tiré las seis horas de documental. Llegué a varias conclusiones:
a. Ella me cae mal. Puede ser racismo inconsciente. La veo falsa, actuando y que se hace la víctima. Ni un solo mea culpa. No quiere paparazzis, pero sí venderle la vida a Netflix.
b. Yo también quiero una vida normal de vivir en una mansión con gente hasta para recoger las chancletas que dejo en la sala sin tener que trabajar nunca y con plata que sobre.
c. No entiendo en qué cabeza cabía pensar que podía cambiar una institución como la corona inglesa. Ni cómo alguien que se jacta de ser inteligente y estudiada no previó lo que podía pasar o no se enteró.
d. Me imagino los gritos que dice Harry que pegaba William más o menos así “Mae, mi tata casado con esa zorra. Tío Andrés metiéndose con güilas y enredado con Epstein. La abuela hecha picha y ¿vos me salís con esto? andate mucho para la mierda!”
Pero lo peor de todo:
Pude ver cómo habría sido esa vida paralela. Mucho amor, sí, mucha oposición y jodarria de la familia política. Y estar atrapada y aburrida en una jaula de oro con un inútil que no ha hecho la terapia que necesita, un baboso sin criterio que se le crió para ser príncipe y no sabe ser otra cosa. Un pasmado que juega a la vida que cree que llevan los súbditos. Aunque fuese cierto que era amor, hay que saber que con amor no basta.
De la que me salvé.
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