Papá o papi? No me acuerdo cómo te decía. Sé que siempre me refiero a vos como “mi papá” y cuando hablo con vos en silencio, entro directo al punto, como si te acabara de ver en la sala o la cocina.
Se está empezando a morir la gente de tu edad, tus amigos, tus compañeros de la U y para mí es tan raro… Crecí viéndolos en cada aniversario en la casa de Mimí, riéndose y celebrando tu vida y recordándote y comiendo arroz con pollo. La misa era fúnebre y gris, pero después esa sala se llenaba de luz y abuela estaba feliz con su delantal y su cuchara de madera y sus ollones de comida. Hasta ahora me doy cuenta que te recordaban sonriendo.
No sé bien qué sentir cuando me entero que alguno de ellos murió. Cada uno te mantuvo vivo siempre y cada vez que me encontré con alguno, me regaló algo de vos, alguna vivencia, alguna anécdota. Les cambiaba la cara y sobre todo la mirada por “la hija de Alejandro”. Algo les dolía pero también les reconfortaba cuando hablaban conmigo.
Será que al morirse ellos, se mueren con ellos esos pedacitos de vos que he ido recogiendo en estos años. Será que pienso en cómo habría sido tu vida, con casi 80 años, cómo sería vivir tu muerte hoy.
Tu nieto está bien. Sabe que sos mi papá pero todavía no hace la conexión de que eso te convierte en su abuelo. Ve tu retrato todos los días. Me pregunta porqué se paró tu corazón. Una noche me preguntó cómo me sentí yo cuando eso pasó y le conté, sin mentirle. Se puso a llorar y me dijo que le dolía mucho que yo me hubiera sentido así. Y qué le voy a decir? Nada. No puedo decirle nada. La verdad a veces es así.
Es inteligente como vos y como yo. Como vos, es entrador, bailarín, alegre, amistoso, dulce. No tiene los miedos que me atacaron a mí después de perderte. Le gustan los libros, el agua, los animales y la música. Tiene los gestos míos, o sea los tuyos y nombre de galán de telenovela. Los tres tenemos el mismo brillo en los ojos. Dice su nombre completo, con los dos apellidos. Y me gusta que lo haga porque te recuerda a vos y a abuela y a mí al decirlo.
Le hablo de vos de vez en cuando. Le enseño fotos o cosas tuyas. Quiero que él te lleve, como yo, siempre presente. Algún día, cuando esté más grande, le contaré que, a veces, en silencio, te pido ayuda o guía o al menos que estés pendiente. Como ese primer día en mayo que me pusieron la vía.
Es un valiente. Acaba de llevar el proceso de quimioterapia mío agarrándome con su manita. Cada vez que pudo, apagó las velas que mi mamá encendía en el baño pidiendo por mi recuperación, preocupado por un incendio. Desde que nació, es un luchador. Me gusta pensar que te hubiera encantado conocerlo y que lo querrías con locura, como me quisiste a mí.
Don Jaime lo vio el otro día y sonriendo con nostalgia, lo dijo en voz alta “el nieto de Alejandro Montiel”. Te imaginás?
Nada me ha hecho más feliz que ser mamá. Y ya no me creo ese cuento de abuela. Podrás haber gritado Mamá cuando te dio el infarto, pero tengo la certeza que tu último pensamiento fue para mí. No es una competencia. Es algo que simplemente sé desde que tengo a Pato.
Llevaba días pensando que hoy quería ir al cementerio y dejar flores, pero al final no quise, sabés? Ayer el oncólogo me dijo que podía dejar de tomar las pastillas de la quimio y eso significa que oficialmente se acabó esta mierda. Y aunque lloro cuando lo cuento, es de alegría. No quería ir a sentarme frente a una tumba a llorar de tristeza antigua. No quiero estar triste. Quiero celebrar la vida.
Por eso tampoco quiero pensar que mi mamá se acerca a esa edad ni qué pasará ese día. Yo soy otra, claramente, no la que dejaste vos hace tantos años. Por eso hoy, cuando la llamé porque quería saber cómo estaba Pato y le corregí las fechas y le recordé que hoy es 6 de setiembre, no quise decirle nada más cuando le tembló la voz repitiendo seisdesetiembre.
Igual sé que piensa a menudo en vos. Igual que yo. Es inevitable. El amor es inmune al olvido, verdad?
Deja un comentario