Aprovechando el paso por Santa Cruz, me puse de investigadora social a hacer encuestas de dónde se hacían las mejores rosquillas. El criterio coincidente fue Coope Tortillas. Y hacia allá nos dirigimos raudos y hambrientos.
Coopetortillas es una organización de mujeres de la zona que rescata la cocina y tradición guanacastecas, muy similares a las de Mimí, que era nica y por añadidura vivió varios años en Guanacaste. Están en un galerón enorme, donde se cocina con fogón comida de verdad, hay bancas, mesas largas y chilero. No hay aire acondicionado.
Llegando no más me inunda el olor y preparo la cara de cliente: sonrisa con aspiraciones de simpática. La señora de delantal, chinelas y pañuelo en la cabeza nada más se me queda viendo seria. Vuelvo a sonreír tratando de hacerle entender por telepatía que la más básica cortesía comercial implica que ella se acerque y de forma agradable me pregunte si me puede ayudar en algo. Veo que comprende el mensaje de forma correcta cuando a los gritos y de mal talante, levantando las dos manos en el aire, me dice:
QUE QUEREJ?!?
Yo, satisfecha de ser tomada en cuenta, contesto con voz de rantocillo de turista citadino:
Rosquillitas tienen si me hace el favor y no es mucha molestia?
La señora, gorda como una Ceiba, cruza los brazos despacio y me frunce la cara.
SIM. AI TAN. -Y me señala la mesa de madera cubierta de un mantel floreado.
Yo volteo a ver al antídoto a ver si me puede traducir aquel gesto, pero él está boquiabierto ante las destrezas de comunicación de la señora o ante el papelito con goma superfuerte que retiene una cantidad inmencionable de moscas, manteniendo el ambiente del comedero de Coopetortilla apenas con las suficientes para que sea pintoresco y no cochino. Soy yo, sola, contra esta señora.
Y me podría vender unas? Para comprarle? – le contesto con la misma voz pequeña
A VEINTE SON. CUÁNTAJ QUERÉj??
Yo no tengo la menor idea. Pensé que las vendía por puño, bolsa o empaque, pero jamás por unidad. Es que será posible que haya un ser humano sobre la tierra que se compre dos rosquillas y no se zampe 30 de una sola sentada?. Peor aún, cómo le explico a esa señora ese razonamiento sin que me saque a patadas del local? Cómo le digo que por favor atienda mi necesidad de satisfacer la golosería en cantidades enormes? Cómo le hago entender que nunca vengo a Guanacaste y que necesito comer tantas rosquillas como el cuerpo aguante?
Entonces recurro a ese talento mío inútil de imitar acentos y actitudes, me cuadro, permito que se me suba lo Nandaime y en el mismo tono de trueno, le digo:
NO SE AMOR, DAME UN MONTON AI, LO QUE SEYA.
La señora me sonríe complacida. Esa sí es una sonrisa sincera. Me alista una bolsota gorda de rosquillas, me ofrece otros productos, me dice cuáles están frescos y cuáles rellenos, me educa en nombres olvidados como el tamaldulce y las tanleas, negociamos a los gritos con caras muy serias, y todo termina con un:
CARMEN, QUE VENI A COBRARLE A EjTA!
Discutimos el resultado de la multiplicación, le pago a la encargada de recibir dineros que es la misma que amasa y para no contaminar las cosas- como Mimí- se limpia en el delantal antes y después de recibir la plata y nos vamos.
La primera rosquilla me cruje entre los dientes y me inunda con ese sabor a queso y a maíz y a horno de barro. Está todavía caliente. Me acaban de tratar peor que en una oficina pública y sin embargo, yo me siento entre querida, protegida y nostálgica. Es por mi abuela, claro. Mimí me quería con la misma furia.
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