Venía yo de chapotear un ratito en mis clases de nado. Como ya soy de los avanzados, ya no detesto a mi ticher ni la quiero ahorcar con los flotadores de los chiquitos de cuatro años. Hasta veo con suficiencia y cierto desprecio a esos principiantes que hace un reguero de agua al patear y no aguantan ni tres brazadas sin poner los pies en el piso. Me dice “Uy, que sustillo, uno lo único que piensa aquí es en no hundisen!”. Yo hago la cara de asco controlado y tolerancia que le aprendí a las soditas de mi colegio privado, mal disimulo una sonrisa, le digo algo así como “zimmmmm”, sin verla a la cara y exijo traslado al carril más lejano para no me interrumpa con su cotorreo esta concentración de aspirante a atleta olímpica que me gasto.
Salgo y me voy al chino donde me compro mi almuerzo. En realidá, debería decir sushi bar, porque en Escazú sería muy poco elegante que hayan chinos como en todas partes. Así que aunque parece una soda, me conozco a los compitas de los meseros, el cocinero me da feria y hasta vacilamos, le debo decir restorán.
Y adivinen quién estaba sentadito ahí comiendo con su retoñito???
El Chino Ríos. Síp. El mismitico. Me dice Tugo que en términos deportivos es como el equivalente al paté Centeno que tampoco me importa porque el futbol me cae en una, me hace maromitas en el medio y me rebota en la otra (Nota de Sole: Recuerden que ya habíamos aclarado que para llegar a la otra se requiere viaje trasatlántico y la maroma llega con jetlag). Que es exactamente la misma reacción que me da el tennis. Es como si me inyectaran intravenosa tres kilos de pastillas para dormir. Dice fut o tennis y yo ya estoy babeando.
Hice la polada que debe hacer todo el mundo y que yo en mi mini dimensión y por culpa del supuesto programa de TV también he experimentado. Se queda uno viendo y se le prende a uno el foco de yo a este lo conozco. Luego ves en la mente la portada de alguna revista, un pedacito de noticiero y ya sabés quién es. Uno quita la cara, por consideración y para no ser tan ordinario. Pero una fuerza tremenda y secreta lo obliga a volver a ver, a checar cómo se ve de carne y hueso, si se ve simpático, tan alto, tan guapo, tan gordo o tan feo como en los medios. Cuando uno descubre que la celebridá se dio cuenta que uno lo está viendo, de nuevo uno se esquinea. Al menos descuido del objeto admirado, repite el chequeo, ya con más tranquilidad, sin el corazón a brincos, se le analiza por última vez y si uno es rematado se le acerca y le pregunta si es quien uno cree que es y le pide autógrafo. Si no, lo deja, como debería uno con los seres humanos, solito y tranquilo en sus cosas y sin estar jodiendo.
Yo me debatí entre coger el celular y llamar de inmediato a siete estrellas, topos, zelmiras y demás carracos para reportar el avistamiento, salir entrevistada en todas las secciones de espectáculos, que me manden tiquete, irme para el sur y de primera el Buenos Días a Todos de TVN y mi foto en el periódico La Cuarta con la siguiente cita “Mientras sorbía su coca dieta lo noté meditabundo y taciturno, no es de extrañar porque el mal de amores suele ser polimórfico y exquisito. De no ser por la sala de soya que me impedía verle los chinos ojitos, hubiera jurado que estaba pensando en la Juliana” Y hubiera descrito dónde se sentó, qué comió, el color del calzonillo, el brillo de la mirada a dónde le daba el sol, y ese look de internacionalista que no se aguanta. hasta mi propio tabloide me hubiera podido fundar con lo que me hubieran pagado por el reportaje exclusivo.
Pero lo que vi fue a un pobre tipo con su hijita de cuatro años, tratando de mantener una conversación coherente con una mirrusca que estaba más preocupada por mostrarle a su papá que podía contar hasta cinco en inglés que en darle cariño, a un baboso que cada vez que viene, todo el mundo se mete en su vida, allá y aquí, que las mujeres le hacen desplantes, lo dejan tirado, le cuentan a la prensa si la tiene grande o chiquita o si es un descerebrado. Un maricón que su papito tiene que salir a defenderlo cada vez que se mete en uno de estos enredos, que va a los programas de corazón en Chile y llora perdonas, asegura venganzas y se estremece cuando le toca arrepentimiento.
Entonces más que llamar a cámaras y flashes, y aprovechando mi manejo del idioma, al salir cargada de mis rollitos maki y balanceando mis salsitas dulces y de soya, debí acercármele y decirle, con toda la compasión del mundo, “Oye wueón, porqué la cagai tanto?”
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