Me cae bien el dentista. Voy contenta. Salgo contenta. Ahora que no puedo ir a nadar puedo aprovechar para arreglarme la boca otra vez. Hasta le llevo recomendaciones de libros para él y canciones para la novia. Ayer hablamos de brujas y cosas raras. El también está preocupado por clientes y futuro, pero ahora que el otro dentista se retiró, mis amigos y yo necesitamos uno nuevo y este será mi recomendación para todos.
Vi poca gente en la calle, pocos carros. Pero la poca gente que vi, insiste en caminar en parejas. Quisiera abrir la ventana y gritarles que se separen, pero sé que es mi propia intolerancia. Hasta que vi la entrada a la clínica Clorito Picado y me asusté de la fila, de la cercanía entre la gente, de las caras de preocupación, de las mascarillas.
Ayer sentí que no quería trabajar. Tengo cosas que hacer y no me quejo, pero procastinaba, no quería entrarle a nada. De verdad estoy trabajando muchas horas y sentada. Extraño el tiempo de ir manejando, de hablar con otras personas. No me incomoda la soledad personal del encierro, porque estoy acostumbrada. Es quizás el tener que hacer una cosa sin la otra.
Además las pequeñas traiciones. Ayer me di cuenta de gente usando mis documentos sin copiarme, sin decirme y además modificándolos. Será trabajo, pero no quiero trabajar con gente así. Sentí que me jugaron sucio. No me copian en el correo al cliente y en la llamada, de repente me doy cuenta que están usando mis cosas y cobrándolas como propias. Normalmente no se los hubiera dicho, pero me animé y lo hice por escrito.
En la conferencia de prensa hablaron primero del PANI y del Instituto de la Mujer. Pidieron que los niños no salgan del todo. Hablaron de los chiquitines que están expuestos a abuso. De cómo están cuidando a los que están en albergues. Pensé en las familias que ya son elegibles y ahora están en pausa esperando a sus hijos y esos niños que tendrán que esperar un poco más para conocer a sus papás. Y en el pensamiento instruso aquel de rezar por nuestros hijos, que ya estaban vivos, en algún lugar, que era cuestión de tiempo para tenerlos en los brazos. Me costó escuchar a Patricia Mora por las cosas tan duras que dijo. No se están multiplicando- aun- las llamadas por violencia doméstica, pero sí de mujeres preguntando de dónde van a sacar la comida del día siguiente.
La cantidad de contagios aumentó menos pero hay más gente en cuidados intensivos: 7. La reducción del aumento me da un poquito de esperanza, igual que la idea de saber que a todo se acostumbra uno. Pero cuando el Ministro de Salud dice que faltan varias semanas, ¿cuántas semanas son varias? Dos? Cuatro? Parece que pasaremos todo abril en las casas.
Nora ayer llegó tarde. Dice que del barrio no la querían dejar salir. Que hay mucha gente hipertensa o de riesgo y que no quieren que la gente salga a trabajar para que no traigan el virus.
La discusión de si mascarillas o no, me tiene agotada. La verdad es que muchas cosas de las redes sociales también. Me entretiene, pero por ratos me enoja, me entristece, me asusta, me marea. Y son un lujo. No dejo de pensar en la gente que está sin trabajo, varios por casa, sin ahorros, sin opciones y para los que el hecho de que esto sea temporal no es consuelo.
Paciencia. Aprender alemán me enseñó a tener paciencia. El cáncer me enseñó a tener paciencia. Pasar por un proceso de adopción me enseñó a tener paciencia.
Anoche tuve uno de mis sueños de desprecio, con ese muchacho que me gusta tanto en sueños y que sé que no existe. Que se supone que me quiere pero siempre que puede me cambia por alguien más y me lastima. Anoche estábamos todos- caras desconocidas pero todos amigos- en un hotel, como de paseo. Un hotel que siempre está en mis sueños. Uno de ellos traía a una amiga nueva, lindísima, como una modelo. El entraba al salón y la veía y de inmediato, ignorándome, se ofrecía a escoltarla a la habitación. Primero me sentía dolida y humillada, pero después corría detrás de él por la escalera y le reclamaba, le gritaba que qué creía que estaba haciendo. Me respondía que solo estaba siendo cortés, acompañándola porque era nueva, que yo sabía que a él no le interesaba y se venía detrás de mí a mi cuarto, seguía hablando, explicándose, pidiéndome que no me pusiera así, que no llorara.
Yo le daba la espalda y sacaba o metía cosas en una maleta y cuando me volvía, él estaba sin camisa. Porqué te quitás la ropa? Le reclamaba. Y en frase de novela barata e decía que quería llevarme a donde nunca me había llevado antes. Y le creía, porque necesitaba creerle. Me abrazaba y me colocaba encima de él y me empezaba a besar, suave. Yo me sentía feliz, agradecida. Hasta que de repente paraba y me decía que no, que no podía. Y otra vez el dolor.
Pato no puede salir y parece que tampoco le hace falta. Por ratos me canso de su dictadura, de vivir alrededor de sus necesidades, de cuándo quiere leche, galletas, jugar punto, jugar plasticina, de cuando se cierra en que no quiere hacer algo y hay que negociar con él, amenazarlo, decirle que hay nuevas reglas. O las 280 veces que pregunta a qué hora se va Nora. El colegio mandó un correo que parece sugerir que volverán hasta junio.
Había pensado en mandarlo a Heredia durante la Semana Santa, pero mis suegros siguen saliendo al super y me da un poco de miedo.
Ayer estábamos los 3 juntos en la cama y le pregunté qué quería ser cuando fuera grande. Paró la brincadera, se sentó como un indito, volvió a ver el techo primero y luego, viéndome muy serio, me dijo:
-Quiero tener una moto y irme a un país muy muy grande. Muy muy lejos.
Obviamente entendió hacer y no ser. Mi bebé quiere conocer el mundo
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