El día que nos contaron su historia, que nos dijeron que ya nos habían asignado un bebé, que supimos cómo se llamaba y vimos por primera vez una foto, yo no lloré. La trabajadora social no entendía y pensó que era el efecto del shock de la noticia. Se me salieron las lágrimas cuando escuché la tuya. Cuando vi tus ojos de susto a blanco y negro en la cédula de menor de edad.
Te vi menos de un minuto. Pero te memoricé, lo poco que se puede de una foto de gobierno, porque algún día preguntará por vos y quiero poder decirle cómo te llamás, cómo te veías en esa foto, en qué se parece a vos, qué vi, qué pensé, qué recuerdo.
Al inicio, para qué negarlo, sentí odio, así, en su versión más visceral y primitiva. Odio por la mujer que lo dejó en su momento más vulnerable. Odio por la que no lo buscó, no lo defendió. Odio por la que pudiendo ser todo para él optó por no ser parte de su vida. Aunque eso le haya abierto las puertas a la mía.
Traté, también, de desterrarte del pensamiento. De no dedicarte ni un minuto. Olvidarte intencionalmente. No permitir que te convirtieras en un pensamiento circular, en una obsesión. No invocarte cada vez que me pienso mamá, que él me dice mamá.
Después, mucho tiempo después, viéndolo crecer, pensé en vos otra vez. En cómo, en este país, no tenés más opción que parirlo. Lo que yo piense o no del aborto da lo mismo. No era yo la que quedaba embarazada. No era yo con la angustia de qué hacer con él, qué sería de mi vida. No soy yo la que sabe lo que vos estabas viviendo o pensando. Ninguna mujer debería ser obligada a ser mamá. Ninguna debería ser juzgada por nadie por su decisión.
Mejor que lo dé en adopción —te dicen. Pero ¿cómo? ¿cómo ibas vos a encontrar una familia que lo quisiera y asumiera el riesgo en tu universo? ¿Lo intentaste? ¿Lo pensaste? ¿Te diste por vencida?
La adopción directa es legal, a pesar de los mitos y los rumores. Pero muchas veces las autoridades te hacen sentir que eso es mentira. Que ni siquiera un animal abandona a sus crías. Que sos lo más bajo, lo más egoísta, lo más inhumano, hasta por pensarlo. Te tratan mal y te meten culpa. ¡Dejátelo! ¡Que te lo dejés, te dije! Además, agotan la posibilidad de que ese bebé se quede con tu familia biológica. ¿Quién lo quiere? ¿Quién se lo puede dejar?
¿Y vos? ¿Hubieras querido que viviera lo que vos habías vivido? ¿Con tu familia? ¿Esa historia de dolor y de maltrato? ¿La realidad de la que vos tal vez sentís que no hay forma de salirse? Y sabiéndolo ¿te alegraste de poder sacarlo de todo eso? ¿Fue un acto de amor, de desprendimiento? ¿Lo dejaste para que tuviera una mejor oportunidad, una vida mejor o por lo menos una distinta?
Vos no vivís en una novela. Tu vida no es una película. No hay dónde dejarlo en una canasta, envuelto en su cobijita, con un papelito escrito a mano pidiendo que lo cuiden mucho y le digan que lo quisiste. No hay orfanatorios donde entregarlo. No hay monjas cariñosas que te lo reciban. No hay opción.
Hay un sistema que te dice que tenés que asumir porque en algún momento abriste las piernas. Y no les importa si te las abrieron a la fuerza. Después del gustazo, viene el trancazo. Debiste pensar en eso antes de embarazarte. Y qué si no tenés con qué darle de comer. Y qué si nadie te lo puede cuidar. Y qué si alguien lo maltrata, si alguien le pega, si alguien abusa de él. Y qué si te toca a vos sola.
Tenés que saber que le hablo de vos. La muchacha que te llevó en la pancita. Que en días especiales, antes de dormir, pensamos en vos y deseamos para vos un lugar seguro, una cama cómoda, una comida caliente, una vida digna. Un futuro.
A veces solo lo veo y me pregunto si los camanances serán los tuyos. O esos ojos tan expresivos. La sonrisa. Las manitas. Los colochos. La disposición tan dulce y generosa. Lo hablantín. Lo cariñoso. La facilidad para la música. A veces me parece increíble pensar que estás en el mismo país que yo, en este pañuelo, bajo este mismo sol.
Poco a poco, todos los días, también me veo más a mí y mi esposo en él. Y a sus abuelos. A sus tíos. A sus héroes de televisión. A los otros países que también son patria para nosotros. A sus personajes de sus cuentos favoritos. A sus canciones. A sus juguetes. A sus sueños.
Fue tuyo, sí. Pero ahora también es nuestro.
A vos, que lo pariste. Que lo llevaste a término. Que le diste la vida.
Gracias.
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