Ayer envié un correo que debí haber firmado así: “Pasé pepiada de vos toda la facultad”. Pero no me animé y en lugar de eso, usé “Saludos”.
Me contestó muy rápido. “Qué gusto saber de vos después de tanto tiempo” y después, una frase más prometiéndome ayudarme con lo solicitado.
Yo ya había fantaseado con la idea un “jale a tomar café y hablar paja un rato” o “Y si almorzamos el viernes?”. Pensé que debí haber enviado un correo más personalizado. Algo donde quedara todo claro.
De todos modos, sé que él sabe, porque hace un tiempo, una amiga común se reunió con él. Por alguna razón, mencionaron mi nombre y me contaron que él dijo “Ella es tan linda…” y entonces la amiga común le soltó toda la sopa: “EN SERIO? Ay, vos sabés que hace un tiempo, estábamos con ella en una reu, y saliste vos a relucir y ella nos confesó que vos siempre le habías gustado?”.
No mandé mi segundo correo. El no me escribió más. No me llegó ninguna invitación.
No importa. Este intercambio, así de corto, me hizo sentir como cuando me sonreía cuando nos topábamos de en un pasillo, en las gradas o en la soda de Derecho y me decía solo “Hola”, justo en el momento en que solo yo podía escucharlo, porque lo decía muy bajito.
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