A veces pierdo la cuenta de la cantidad de pañales que cambio por día. A veces me pregunto cómo es posible, con la cantidad de mierda que he tocado en los últimos seis meses, que no me hayan salido hongos enormes y asquerosos con inteligencia propia por todo el cuerpo.
Seis meses. Seis.
Ahora nos mantenemos más en contacto con la familia de acogida, porque lo extrañan y lo quieren y tienen derecho porque ¿quién es uno para oponerse al cariño? Les mando fotos casi diarias y videos y se ríen y celebran sus tonteritas.
En la piscina, ya lo promovieron y dejó los flotis tirados. Ahora se manda al agua con solo un tubo de espuma amarrado a la cintura. La última vez que fuimos, se consume y se pasa por debajo del agua de un lado de la carrilera al otro. Quiere estar cada vez más solo en el agua y a la vez no puedo dejarlo porque en un segundo queda boca abajo y hay que darle vuelta como a la tortuga para que no se ahogue.
Hay días en que quisiera tener su capacidad de asombro, por ejemplo ante una salchicha en rodajas o la forma en la que se abre el portón eléctrico. Su capacidad de perdón y de olvido. Su capacidad de caer y levantarse tantas veces todos los días.
Cada vez se despierta menos de noche. Cada vez es más difícil alzarlo porque pesa más y me pregunto cuándo será ese día que lo alce por última vez, porque por ahora no lo quiero ver llegar.
Vamos al dentista, a traumarlo a él y a revivir el trauma mío, básicamente. Es un tratamiento preventivo pero hay que agarrarlo entre cuatro personas. Llora y llora y patalea a hora completa, rojo de la rabia. Una de las asistentes comenta que es un niño muy fuerte. Queda empapado y se brota del esfuerzo de resistir una hora. Yo quedo en un temblor y con lágrimas en los ojos. Por mí que se le piquen todos los putos dientes antes de someterlo a esto. Total, todos se le van a terminar cayendo.
Llevo varios días enferma. Primero el médico me dice que le exigí mucho a la máquina y que hizo crash. Luego nos enteramos de que es una infección tan fuerte que me bota y me deja en cama casi cuatro días.
Pato entra al cuarto varias veces a verme calladito, me baila un bailecito, me acaricia suavecito una pierna o una mano, y se va. A veces trata de ponerme las chanclas y me pide con la manita que lo acompañe, pero no me puedo levantar. A veces llega a tomarse el chupón conmigo.
Cuando la calentura entra, me dan intensos ataques de frío. Aunque me pongo ropa gruesa y me cobijo y tengo mi bolsa de agua caliente, el frío viene desde adentro. Me brincan las piernas, los pectorales me tiemblan, se me contrae todo el cuerpo hasta el dolor absoluto y luego me suelta. Me castañean los dientes. Toda la piel me duele. Se me riega un té frío en la pierna y lo siento como una quemadura. Me majo sin querer un dedo del pie y es como si me lo amputaran. Así, cada vez que sube la calentura cuatro o cinco veces al día.
Trato de controlarme por él, porque quiero llorar y pegar gritos, pero no quiero asustarlo. Me pongo a pensar porqué no me curo si ya estoy tomando medicamentos y me empiezo a sicosear pensando si será un cáncer, si se le pegará Pato, si estaré enferma mucho tiempo, qué va a pasar con mi bebito.
La infección me pone vulnerable. En una conversación X alguien me pregunta por Fuser y se me quiebra la voz cuando le cuento que se nos murió hace año y medio. Y sin que me pregunten más, empiezo a recordar en voz alta a mi perrito y sus travesuras-.
Pato y Marce se van buscar comida y empieza el frío intenso y no para por más de una hora. La desesperación me lleva a tres ataques de pánico seguidos, muy intensos, como no los tenía desde hacía 6 meses. El último fue precisamente tres días antes de que nos llamaran para decirnos que Patito nos estaba esperando.
Grito como si me estuvieran matando. Grito desgajada, desde lo más primitivo. Pero grito porque necesito gritar y no porque el pánico me obliga. Yo controlo mis gritos y no me salen sin darme cuenta yo de porqué están saliendo. Grito y grito por el miedo que me da enfermarme teniendo un hijo. Grito porque no quiero morirme ni tener nada grave. Grito porque no he terminado de gritar por lo que perdí, aunque haya ganado a Patito.
La noche del 14, entre neblina y aguacero, le encaramo a Pato un chonete demasiado grande, pañuelo rojo, y farol de cartón con luz de Led, todo comprado de supermercado. Después de varios intentos fallidos, apagamos las luces y desfilamos para arriba y para abajo por el corredor de la casa, solo nosotros dos. Pato saca la luz eléctrica y la sopla. No se explica porqué no se apaga. Mi bebé: la única patria que necesito.
El sábado en la mañana tenemos que ir a emergencias a que me pongan antibiótico a la vena. Pato va con nosotros y toca poner cara de valiente, decirle que Mamá está enferma y que me pongan la vía no duele. Entra conmigo a emergencias y se porta bien. A señas, me pregunta muchas veces si la vía hace yayay. Le digo que no, solo un poquito, pero que no importa porque con eso me voy a curar y ya no voy a tener calentura. La verdad es que la vía me duele en puta y me aguanto. Me la quiero arrancar y quiero llorar, como todos estos días. No me las doy de mártir, pero pienso: mejor que sea a mí y no a él.
Es algo recurrente esto, de estar pensando siempre en él primero. En si llegará el día que sea yo la que tenga que tenerlo en los regazos para que no se toque la vía, entretenerlo 40 mins para que el medicamento baje o acompañarlo en un hospital.
El domingo es el primer día sin fiebre y confirmo el poder curativo de una empanada chilena de pino. Mis suegros todos los años celebran la independencia chilena con comida típica. Pato se come las esquinas de las empanadas, un poquito de relleno y prueba el mote con huesillo. Vemos a la gente bailar cueca en la tele.
Cada vez que vamos, me maravilla esa nueva dulzura de mi suegro para con Pato. Lo lleva con él a traer limones. Se sientan juntos a conversar en la grada, nadie sabe de qué cosas. Le hace juguito y comida especial para él. Se lo sienta en los regazos. Le dice chicoco, Patito, le habla muy suave, nunca le llama la atención. Lo acerca a la chimenea para que conozca el fuego y aprenda a tenerle respeto y no miedo. Le da su primer pedazo de empanada. Le enseña cómo tratar a un perro. Es como si le pasara conocimientos de cientos de años. Nunca le había visto esa ternura. Este domingo pienso si Pato le servirá finalmente para terminar de cerrar la herida del golpe y de la tortura al corazón del Florencio que fue de 23 años, en aquel Santiago ensangrentado de 1973.
En la noche, mientras se toma el chupón de leche, acostado entre nosotros dos, repasamos los eventos del día: la visita donde los abuelos, el perrito que persiguió, el otro perro que le ladró, las empanadas, el mote.
“Pato, hoy comimos empanadas porque los abuelos son de un país que se llama Chile. Chile es un país largo como un fideo, mirá: largo, largo. Papá también nació en Chile. Tal vez un día vayamos los tres allá juntos. En Chile hay unas montañas enormes que tienen la punta blanca. Allá vive el tío Lucho y a la Meche, que ya la conocés. Un día pasó una cosa fea en Chile y los abuelos y el papá se vinieron en un avión- Pato hace el ruido del avión, que le encanta– y pum! Llegaron a Costa Rica – el avión imaginario le aterriza a Pato en la pancita y rebota. Pato se ríe- Y cuando el papá era un bebé y recién había llegado de Chile, iba como vos a la piscina y se quedaba todo el rato” Pato se ríe y vuelve a ver a Marce con las cejas levantadas. Marce le asiente. Le brillan los ojos. No puede decir nada.
“En Chile, Pato, había un cantor que se llamaba Víctor. Víctor Jara. Querés que cantemos una canción de él?” Claro que quiere. Le canto Ni Chicha ni Limonada mientras se toma el chupón y le hago piojito. La luz de la lámpara es tibia. Pato lleva el ritmo con las patitas.
De repente me sale de algún lado:
“Pero a Víctor lo mataron un día como hoy. Unos hombres muy malos” Hoy es el aniversario del asesinato de Víctor. Por segunda vez en la semana se me quiebra la voz. Pato me vuelve a ver preocupado.
“No te preocupés, Patito. Ellos creían que mataron a Víctor, pero imagínate. Nosotros lo seguimos cantando. Y nos alegramos cuando cantamos sus canciones. Victor sigue vivo Patito, aquí, contigo, con el papá, conmigo.”
Buenas noches, mi amor.
Patricio y Florencio, arreglando el mundo
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