De ese día, hace cuatro meses, no he escrito nada y tengo que hacerlo. De cómo llegamos al pueblo una hora antes de lo que nos dijo el PANI. De cómo caminé por las calles y los mini supers con una necesidad rara de comprarme algo, lo que sea. El sol inclemente y el calor y el sudor. De cómo llegamos al hogar de acogida y de aquella figurita chiquita, vestido de verde limón, que se asomó de la mano de su cuidadora por la puerta abierta. Y lo que pensé: “¡Qué chiquito es! ¡Es un bebé! No se parece a las fotos. Es mucho más blanco. Tiene los ojos claros. Mi bebé…” Un día lo voy a escribir. Hoy no.
Cada vez habla más, pero no necesariamente más claro. Es muy expresivo, con la cara, los ojos, las cejas, las manos. Se da a entender casi perfectamente con la forma en que entona, con todo el cuerpo, lo que dice. De un tiempo para acá, siento que me dice ¡Ale! Cuando necesita algo y mamá no le funciona. En automático, yo contesto, aunque luego me siento y le digo que me llamo mamá y renuncio a mi propio nombre.
Compramos un cubre sofá para que el pobre sillón viejo dejara de mancharse tanto. Es una maravilla lo que protege la tela, pero además, porque permite ver, día a día, la marca alimentaria de Pato, entre regueros de fresco, leche, huevo, pedazos aplastados de fruta y boronitas de todo lo que se come cuando se sienta a ver Jorge el Curioso
A veces me siento con él a ver fábulas o cualquier otra cosa. Entonces, sin pensarlo, me pone su manita en el brazo y me derrito por dentro. Es una calidez dulce, una seguridad natural, un aquí estoy para vos, mamá. Su manita gordita defendiéndome de imposibles. Y un deja vú soleado y dulce, porque su piel sobre la mía me recuerda a Mimí, la seguridad que me daba sentarme al lado de ella, la sonrisa que siempre le veía en la mirada. El estar ahí. Ahí. Conmigo y para mí.
Me llama la atención que los artículos de crianza gringos, hablan de que los chicos de esta edad suelen tener a un papá favorito, sin que eso significa nada más allá de que cambian de opinión con la velocidad de un semáforo, algo propio de quien tiene la capacidad máxima de poner atención durante seis minutos. Los gringos ven eso como algo positivo. Entre más leo, me doy cuenta que es el mismo fenómeno que en América Latina se describe como mamitis, esa dependencia molesta que da por épocas y que se sufre con resignación y paciencia.
Pato, a diferencia mía, vive sin miedo. Duerme sin lucecita. No le preocupa quedarse encerrado. Entra a lugares oscuros y los disfruta. Se acerca a perros enormes a acariciarlos y pretende abrazar a un gato. Toca insectos de todo tipo. Se manda desde la banqueta al agua como los grandes. Salvo cuando escucha truenos. Ahí es una cría de humano, pequeña y frágil, que grita aterrorizado y busca refugio en los brazos de mamá. Ni siquiera me da para reírme de él. Ojalá que eso llegue a ser la suma de sus miedos.
Antes nos quedábamos acostados con él hasta que se durmiera. Ahora nos seguimos turnando, la idea es que él se acostumbre a dormir solito, sin necesitar a nadie que lo esté hueveando. Auto-soporte, le dicen los psicólogos. La primera noche me toca a mí y se la dejo ir sin anestesia. Se baja cuatro veces seguidas de la cama y llega llorando a la sala. Llorando se devuelve de la mano mía a la cama. Llora desconsolado y en la oscuridad me tira los brazos: Mamá- bebé! Bebé-mamá! Me ruega y en la oscuridad, me bajan las lágrimas y me controlo para no alzarlo. Se resiste al cambio, como casi todo ser humano. Le duele, pero es algo que lo beneficia. De Pato aprendo todos los días.
Marce está rematadamente chileno. No me sorprende que le hable de tú a Pato, pero sí la forma en que se le marca la melodía del acento perdido. Y las cosas que le dice “Ya has cachureado mucho hoy, Patito”, “Sácate los zapatos”, “Tira de la puerta para abrirla” “Pato, te llama la mamá”. Cuando yo digo vení, Marce dice ven. Yo digo vos y Marce dice tú. Yo digo chingoleto y Marce dice pilucho. Potito y culito. Guatita y pancita. Hurguetear y revolcar. El idioma del amor se nos desborda, porque ni siquiera es planeado.
Maúlla como gato y se puede tirar dos horas en esto, divertido de ver a los adultos buscar el gato al que él imita. Como la nieve, es divertido 5 minutos. El otro día le enseñé que si los dos andamos de cuatro patas, podemos ser perritos o gatos que maúllan o ladran, se restriegan en las piernas del papá, toman agua de platos en el piso y se dan besitos de nariz. Pasó tres días haciéndome las señas para que jugáramos a ser animalitos. Mis rodillas están viejas, moreteadas y adoloridas.
Regresamos a nadar después de una gripe horrible y lo disfruta mucho. Primero se queda afuera, en una banca, con sus galletas y su jugo. Yo nado 400 metros y él entra cuando empieza a llorar porque no quiere estar solo. Caminamos de un lado a otro. Le tiro juguetes al fondo y lo consumo para que los agarre. Obvio que ni lo suelto ni los alcanza, porque se van al fondo, pero así se va acostumbrando a consumirse. En la piscina le consiguieron una tablita para bebés, que en la punta lleva un muñequito. El se sostiene como los grandes y patea solito 15 centímetros.
Ahora recibe clases en la casa donde canta cosas como Sal Solcito y aprende el color rojo. La maestra me manda fotos de un Patito muy concentrado mientras pinta con los dedos una manzana sin la menor idea de lo que significa salirse de las rayas. Se toma muy en serio pasar pompones de colores de un plato a otro. Cuando veo las fotos me quiero reír, no sé porqué, probablemente mi arrogancia, de verlo tan concentrado en algo que para mí es tan fácil y a la vez se me llenan los ojos de lágrimas y se me hincha el pecho de no sé qué cosas. Cuando llego en la tarde, muy orgulloso va a traer su labor del día para enseñármela y explicarme en sus enreditos, qué fue lo que hizo. Las estoy guardando en un folder que llevamos a todas las visitas para que él enseñe sus avances.
Sospecho que estoy empezando a disfrutar tanto de mi Patito… las cosas más pequeñas, las más tontas, solo pasar tiempo con él, me encanta aunque me deje agotada. Quiero más tiempo con él todo el tiempo. Ya casi no me importa el mío. Pato pasó de robarme mi privacidad a ser parte de ella. Me sorprende la facilidad con la que yo, el eterno perrito golpeado y desconfiado, me abro y me entrego sin reparos a la cosita que me abre los ojos con las manos cuando me encuentra dormida. Creo que nunca había sentido algo así. Debe ser algo muy parecido a estar enamorado y entiendo porqué tantas mamás verticalizan con sus hijos, el delicado balance de no dejarse ir por el tobogán del cariño, el reconocer que una está para facilitarle las cosas a él y no para suplir mis carencias. Que mi pareja es mi compañero y no mi hijo. Que él es mío por un ratito.
Odio que me digan que es un niño muy lindo, muy blanco, de ojos claros. No porque no lo sea, sino por el tono oculto de sorpresa que uno niño que se adopta sea tan bonito. Me choca que me feliciten por nuestra “buena suerte” con ese racismo y esa xenofobia tan criolla, tan disimulada y tan evidente, tan dando por un hecho que es aceptada. Que quieran saber detalles de los progenitores, de su otra vida, de su otro nombre, de las cosas que son de él, no porque les importe, no. Por vinos, por metiches, para llegar contando a la casa o a los amigos que vieron un niño adoptado que no tenía carita de tugurio.
A veces ponemos música y yo me hinco en el suelo, para bailar con él y nos movemos contentos. Lleva el ritmo de todo y cuando escucha a Juan Gabriel, se pone la manita en el pecho e intenta cantar con todo el sentimiento de una ranchera. Bailamos y cantamos casi una hora y yo no recuerdo la última vez que la pasé tan bien haciendo algo tan sencillo. De repente, entiendo lo que cantaba Juan Ga:
Cuando tú estás conmigo,
es cuando yo digo
que valió la pena
todo,todo lo que yo he sufrido.
no sé si es un sueño aún
o es una realidad
pero cuando estoy contigo es cuando digo yo
que este amor que siento
es porque tú lo has merecido,
con decirte amor que otra vez he amanecido
llorando de felicidad;
a tu lado yo siento que estoy viviendo
nada, nada es como ayer.
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