A tres meses de haber conocido a Pato, finalmente va pasando el cansancio o me voy a costumbrando. Siento que recupero poco a poco el ritmo de la vida o que se instaura uno nuevo. Tal vez lo más duro ha sido acostumbrarme a que todo va más lento, a que con él las cosas duran lo que duran y punto, que nada gano con la impaciencia. Perdimos la batalla contra las carreras y contra la tele y en momentos desesperados, ponemos a Jorge el Curioso en loop y lo vemos los tres desde la cama. Me da la sensación de que las cosas se van acomodando. Que ya la ola me revolcó y me tiró en la playa y apenas voy reconociendo los restos del naufragio: me equivoqué comprándole esa cama. No debí comprarle tanta ropa. Esos juguetes ni los usa. Nunca contesté aquellos correos. No he facturado en tres meses.
Pato tiene una sensibilidad especial para la música. Todo lo baila y con ritmo. Le gustan los instrumentos musicales y cuando canta, con la radio, con la tele o conmigo, lo hace con una intensidad y un sentimiento conmovedores. Se nota mucho, sobre todo porque nosotros dos no podemos llevarle el ritmo a nada y tenemos dos pies izquierdos.
Todo lo entiende, que no es lo mismo que todo lo obedece. No hemos avanzado mucho con el lenguaje hablado, pero sí con cosas sorprendentes para mí, como el pensamiento abstracto. El otro día, en un cambiador, vio una foto de un bebé y lo señaló y decía eso “bebé!” No me explico cómo, siendo todos los bebés tan diferentes, identifica una imagen como lo que es. Le regalamos un peluche pequeño del Jorge el Curioso y sonríe feliz y hace los ruiditos. Se empieza a reconocer a sí mismo en el espejo.
Ahora que tenemos títeres para Pato y las lecturas de crianza de niños hablan de la importancia de hacerles ruidos y voces vacilonas, finalmente me doy cuenta que mi talento para los acentos no es inservible. Hacen que Pato se ría a carcajadas.
Estando solos en la casa, necesito usar el baño, de esas necesidades de patada larga con lectura incluida. Dejo la puerta abierta por lo que potis. Pato entra muy contento y en la mano trae una cucaracha enorme y viva. Es probable que la haya confundido con un abejón, que le enseñamos a recogerlos y a tirarlos en el jardín. Por razones biológicas, yo no me podía mover y empecé a decirle primero y gritar después, que la botara al piso. Pato se confundió y empezó a llorar asustado, pero sin soltar la cucaracha, hasta que me pude levantar, quitársela y matarla a chancletazos. Después de eso, los dos nos fuimos a lavar las manos.
Dejo una lata vacía de Coca Cherry Zero en la mesa y Pato se la roba. Lo encuentro en un rincón chupando la tapa con desesperación, como hacía yo con las latitas de leche condensada cuando ya quedaba solo lo que se escurría por las paredes de la lata. Se veía como un adicto en miniatura.
La experiencia de Pato me ha hecho entender la relación tan compleja de mi mamá con Mimí. Mimí veía por mí, era la guardería por excelencia, allá era a dónde yo iba a parar cada vez que me enfermaba. Ya quisiera yo tener una Mimí para mí y sobre todo para Patito. Tal vez por eso mi mamá le aguantaba a Mimí que se metiera en su vida y en general, lo difícil que era relacionarse con ella cuando uno no estaba dispuesto a bajar la cabeza. Ahora entiendo porqué, cuando Mimí murió, mi mamá me dijo que ella siempre le agradecería a Mimí todo lo que hizo por ella. Creo que se refería a mí. Es más, ahora veo la actitud de mi mamá menos con el resentimiento del abandono y más con el agradecimiento de dejarme en las manos de la persona que más me ha querido.
Pato se llama Patricio porque es un nombre chileno. Marcelo lo escogió. Si hubiese sido una niña, se llamaría Paloma, pero no. Cuando vemos a mi suegra, ella nos dice que en Chile, Patricio es un nombre Pepe Pato. O sea, de gente cuica y de plata, como los oficiales del ejército.
Hace una semana, íbamos para la piscina. Mientras llevaba a Pato alzado al carro, empezó a jugar con el llavero. Lo senté en la silla, tiré la llave al asiento de adelante y en lo que duré al llegar a la puerta del chofer, el carro se cerró herméticamente. Pato estuvo atrapado más de 45 minutos. Los mismos que duré yo con ataque de pánico hasta que el cerrajero logró abrir el carro. Tengo que aprender a calmarme. Puede ser que Pato sea esa química que anule mi ansiedad
Cuando estaba en el colegio, nos alquilaban los libros de inglés. El de lectura de noveno traía un cuento que se llamaba Muzzah. Era la historia de un muchacho con retraso mental, contada desde su punto de vista y cómo su mamá era el centro de su vida. No podía hablar bien y por eso decía Muzzah y no Mother. Mis compañeros se burlaban de él y se aburrían con el cuento. A mí, en cambio, me conmovió hasta las lágrimas.
Pato lleva casi una semana enfermo. Muy congestionado, suena todo el día y toda la noche como si tuviera un motor. Tuvo calentura. No duerme porque cada vez que se tranca, no respira y se despierta llorando y nos despierta a nosotros. No quiere comer. Además, le están saliendo los dientes y babea. Nunca en la vida había estado en contacto tan intenso con tantos fluidos del cuerpo humano.
Es una mezcla rara de gripe, alergia, virus y calentura, que de alguna manera lo convenció, finalmente de decir mamá, pero a su manera. Pato dice algo así como Mäméh y me encanta. Lo oigo en el sueño más profundo o en medio de un escándalo. Pato me dice Mamá, a la cara, finalmente.
Hace tres días, mientras trataba de recuperar sueño perdido, oía a Pato diciéndome mamá-mamá y sentí en el aire el olor de caca de bebé. Mientras convencía a la conciencia de abrir los ojos para pedirle a Marce que le cambiara el pañal, Pato se lo quitó solo y me lo dejó caer, lleno de caca, en la cara. Cuando abrí los ojos lista para matarlo, él aplaudía feliz.
El día de mi cumpleaños 45, amanecí con un piecito de Pato en el cachete, babeada, llena de mocos ajenos y dormida en un charco de jugo de fruta 100% vegetales. Esta es la primera vez que no espero con ansias mi cumpleaños, que no me preocupa quién me llama y quién no, que no me pongo filosófica sobre todo lo que no he hecho o no tengo o me hace falta. No quiero celebraciones, ni cosas especiales. Tal vez porque todo lo que necesito lo tengo en mi casa y me dice Mäméh. Solo por eso quisiera vivir para siempre.
A veces quisiera haberlo conocido antes. Pero luego recuerdo que, contrario a lo que parezca, el Universo marcha como debiera.
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