Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

No sé cuánto más falta

desde la isla de

Tu mamá ya no quiere contar cuántos días han pasado. Porque tampoco sabe cuántos días faltan.

Pasa, por ejemplo, que la llaman y le dicen, como cualquier cosa, que cuatro veces han discutido su caso los señores que deciden cuándo vas a venir. Que cuatro veces han considerado que podríamos ser tus papás, pero que las cuatro veces los ha detenido que, cuando tu mamá era chiquita abusaron de ella y que hace un par de años, se salvó por un pelo de ir a quimioterapia.

Se lo dicen sin tacto y sin asco y tu mamá se pone a llorar cuando era esa chiquita, con la misma rabia y la misma impotencia y la misma sensación de soledad. Les explica que ninguna de las dos cosas fue su culpa, pero a ellos no les importa. Dicen que lo hacen por vos.

Llora un rato y luego se enoja y se encachimba y empieza a hacer llamadas para conseguir papeles que digan que ella no está loca y que tampoco está enferma.

Tu papá oye todo esto con los ojitos tristes y luego sonríe y dice “Bueno, debemos ser una familia que se cotiza ¡Nos han considerado ya cuatro veces!” y sé que por dentro piensa y confía en que eso significa que ya casi llegás.

Pero tu mamá a veces me pregunto si fue un error arreglar desde ya tu cuarto, poner los cuadros y el edredón. Acomodar los juguetes y los libros de cuentos y que todo esté como un escenario donde solo falta el actor principal: vos. Se pone tan triste que ni siquiera puede escribir.

A veces quisiera tener fe para esperar no soltarle la manita a la esperanza. Se siente como si la esperanza fuera una estrella y tuviera agarrada de una patita, para que no se le escape corriendo.

Ayer tu mamá pasó recorriendo la ciudad de un lado al otro, por autopistas llenas de sol y de viendo. Puso la radio para oír canciones viejas y sintió la tibieza de un ataque romántico.

Se conmovió con las canciones de cuando era joven, de amores imposibles o no correspondidos y se dio cuenta que, aunque las sentía muy adentro, en realidad no las relacionaba con nadie en específico pero que eso no le importaba al sentimiento.

Recordó que de chiquita, muy chiquita, lloraba a escondidas con las canciones de desamor que escuchaban los grandes. Ella, que ni siquiera entendía qué era un novio, un compañero o un esposo.  Ni siquiera le había gustado todavía ningún chiquito del kínder, pero tenía la certeza del dolor del desamor.

Y se desgalilló cantando muchas. Esta, por ejemplo:

Sigues dentro de mi pecho
Y vivo recordando
Cuando pienso en ti,
Yo siento que te estoy amando

(Eso sonaba hace muchos años, antes de conocer a tu papá. A tu mamá le gustaba un muchacho guanacasteco, un abogado moreno, que no tenía un solo pelo en la cabeza. Muy inteligente, de anteojos, muy simpático. Tu mamá ve belleza en los hombres inteligentes, tal vez porque Alejandro era así, brillante. A este muchacho le gustaba nadar a medio día y una vez la invitó a jugar basketball, por la Corte de San José, cerca del PANI, de donde llamaron a tu mamá y la hicieron llorar. El le preguntaba a tu mamá cómo se llamaba y ella no se acordaba ni siquiera de su propio nombre. No podía ni hablar. Los compañeros le preguntaban qué le gustaba de él. “Se mueve como una pantera”  y era cierto)

Cantando se dio cuenta de todo lo que hace un Edipo mal resuelto. Ojalá vos nunca tengás que conocer, así, chiquito, qué se siente sentir las ausencias del cariño.

Cuando te despertés con nosotros por las mañanas, cuando te leamos cuentos, cuando te arrope antes de dormir, cuando salgamos a pasear, cuando te mande a ponerte la piyama y lavarte los dientes, cuando te persoga descalzo por el corredor de la casa, cuando te curemos el primer chollón, la primera cortada, la primera chichota,  cuando te consuele en los regazos, cuando te digamos lo mucho que te queremos y te esperamos, cuando tengamos bromas que solo nosotros tres entendamos, cuando la casa sea la de nosotros y nosotros tres tengamos un perrito pastor alemán que se llamará Ulises, todo esto será apenas un mal recuerdo que yo espero que se borre de repente cuando te demos el primer abrazo.


Gotitas de lluvia

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