Tu abuela me deja pensando y siempre, un poco triste. Por eso evito verla con frecuencia. No somos ni hemos sido nunca cercanas. Verla me deja emocionalmente agotada.
Hoy es el día de la madre y me pregunto si será el último que no celebro. Si la mujer que te parió piensa en vos. Si vos te acordás de ella, si sentís su ausencia, si querés a quien te cuida como si te hubiera parido. Si me vas a decir a mí mamá alegremente, confiado, contento, sin estos remolinos confusos míos.
A la mía, a tu abuela, le di cosas de maquillarse y las abrió todas con la ilusión de una quinceañera y se pintó los labios y los ojos y se puso el perfume de una vez. La llevé a que se comprara ropa y mientras ella escogía ilusionada, fue evidente que hace mucho no se compraba nada para ella. Como cuando yo estaba pequeña y con tal de que yo tuviera un capricho, una moda, una mudada nueva para el baile del colegio, ella se quedaba sin nada. No pude decirle que no.
Me senté, como cuando estaba pequeña, a esperar en el vestidor mientras se probaba las cosas, salía a mostrarme cada una, me preguntaba si era bonito y sonreía contenta de pensar en que tendría cosas nuevas. Me mandó a buscarle tallas, opciones, cosas y recorrí la tienda varias veces. Escuché a una de las vendedoras decirle que esa muchacha (yo) le había traído más cosas para que se probara. Una muchacha? Ah, es mi hija. Y casi la pude escuchar sonriendo cuando le dije eso.
Quise decirle que no hablara tan duro. Que se callara un rato. Que no se probara los brassieres por encima de la blusa en medio pasillo. Recordé lo mucho que me molestan tantas cosas de ella. Tal vez a vos te vayan a molestar muchas de las mías. Y me quedé callada.
Mientras ella escogía feliz un pantalón o una blusa, yo rogaba al Universo tener trabajo, ahorros, salud, esfuerzo. Que nunca nos falte nada. Que siempre pueda ver por ella. Que me alcance la vida para verla bien y contenta.
Me contó de una prima, que no veo hace más de 20 años, que se casó, que el tipo tiene un negocito, que vive al lado de mi tía, que le dio vuelta, que la dejó, que se fue y que ella lleva 12 días sin parar de llorar con el corazón quebrado. Escuché sin interrumpir y me horroricé de que la vida privada de mi prima fuera asunto que comentan todas mis tías. ¿Qué irán a decir cuando sepan que vos venís? ¿Sabés qué? No me importa. Para tu abuela, yo soy un misterio. Uno terco. Uno en silencio.
Fuimos a pagar y por alguna razón la cajera dijo mi nombre completo y luego el de ella, para verificar que somos madre e hija. Eso casi nunca me pasa y me hace sentir incómoda. Yo nunca digo el apellido de ella como mío. Para todos yo soy yo y el apellido de tu abuelo, que era el de mi abuela. Es mi hija– repite tu abuela, refiriéndose a mí y se ríe cuando yo digo que todo es para regalo, pero que no lo envuelvan.
De chiquita, las cosas eran tan confusas para mí, que llegué a convencerme que me habían adoptado, porque solo así se podía explicar tanta cosa que pasaba. Entonces yo pregunté, porque creía que a los niños adoptados se les quería menos, que se les quería nada. Que apenas se les toleraba.
Hoy sé que eso es mentira. También sé que quiero verte y tenerte entre los brazos y darte un beso en la frente. Yo quería tener un hijo para volver a ver los ojos de mi papá en los suyos, cuando podría perfectamente buscar una foto o verme en un espejo. Y que lo que veía en los ojos de él, en los de mi abuela, lo voy a ver en los tuyos porque no tiene nada que ver con la genética.
De adolescente también decidí que nunca tendría hijos, porque no quería pasar por ese infierno que viví con tu abuela dos veces en la vida. Porque me dio miedo repetir la historia con un hijo.
Esta semana que pasó, le confié a una amiga, cómo te vas a llamar: Paloma si sos una chiquita. Patricio, si sos un niño.
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