Cuando llamo al Patán, ahora me contesta una máquina. Yo no al dejo hablar y marco su extensión de memoria. Si no está, se desvía la llamada a una secretaria joven, a la que le fan dicho que soy una bruja-maruja y me tiene pánico.
Llamé, timbró y contestó una voz de hombre. Le empecé a hablar como todos los días, pero noté algo raro. Pregunté quién era.
– Cómo que quién es? Tu papi…
Confirmé que no reconocía la voz. Y me asusté. Y me defendí como cuando me asusto, o sea, sacando pecho:
– QUE TE PASA HIJUEPUTA?
Escuché donde me colgaron y de inmediato levantaron de nuevo el teléfono. Era la secretaria. Le conté lo ocurrido y ella me dijo que no sabía de lo que le estaba hablando, que recién le entraba la llamada. Me preguntó si habría sido el mensajero. Imposible- dije yo. Tony es incapaz de eso. Es un caballero.
Lo iba a dejar ahí y nada más le conté al Patán como algo anecdótico. Pero él quedó con la espinita y como a la media hora me llamó para contarme el despelote que se había armado.
La secretaria llegó temblando a contarle lo que había pasado. La regañaron porque esa línea no la podía contestar nadie más que ella. Y lo peor: sí había sido Tony. Lo cagaron todo y tiene miedo que lo despidan. No se imaginó que era yo, no me reconoció la voz y creyó que era mi secretaria.Que le llame la atención a mi secretaria porque no puede ser que tengan esas confianzitas con Tony.
Le dijeron que me tiene que dar la cara y pedirme disculpas bien pedidas. Quieren además que yo lo regañe y le advierta que esas cosas no se toleran. Que no le acepte las disculpas así de simple. Que lo haga pasar un mal rato.
El Patán me pide que revise si tenemos política de acoso sexual. Me cuenta de un caso reciente. Acto seguido, rememora de sus tiempos corporativos, cuando él bautizó como la pajarera a una sección de la empresa donde en opinión de él todos eran afeminados y de cómo había chiquillas que le reclamaban que nunca les decía nada lindo de los zapatos nuevos que ellas andaban y él les contestaba cosas como “Nunca los vi. Nunca llegué hasta ahí. Imposible verlos, si me quedaba pegado en esas tetas divinas”. Me intriga pero no pregunto qué pensará de mis implantes.
Me siento pésimo. Para mí, era una broma, algo divertido. De repente resulta que era una falta de respeto. Traté de explicarlo y me dijeron que ellos sabían que conmigo no era problema, pero que les preocupaba que hiciera lo mismo con la esposa de algún socio o alguna de las señoras encopetadas que llaman de vez en cuando.
De repente no somos dos iguales. No puedo vacilar con el mensajero o los muchachos de esa oficina. Me ven como alguien aparte, superior, intocable. Ya no soy Ale. Soy doña Alejandra. Si soy simpática con ellos, es por buena gente. Si soy insoportable, hay que tolerarlo. Si me tratan como yo a ellos, los castigan por igualados. Soy amiga de los patronos. Enemiga por naturaleza. Soy los otros.
A la vez, puse en riesgo el trabajo de alguien. Dos personas tuvieron el equivalente a un ataque de ansiedad por mi culpa. Sintieron que perderían su trabajo. La secretaria se puso a llorar.
Y Tony. Tony es el hijo del señor que siempre cuidó los carros en la otra oficina. De origen nica, como yo, es una excelente persona, dulce, servicial, de toda confianza que nos ayuda un montón aunque trabaja donde el Patán y no en mi oficina.
Lo pienso y de repente veo que no me había dado cuenta, pero la enorme mayoría de la gente que conozco es de origen humilde y ha avanzado poco a poco. Muy pocos nacieron con la cuchara de plata metida en la jeta, mucho menos en cuna de oro.
Tony no. A él ya no le tocó nada del Estado social. Es la segunda generación que se queda en el mismo lugar, en el mismo nivel de empleo y me pregunto, desde mi privilegio, si además se quedan condenados al mismo nivel de ingreso y de educación toda la vida. Sin derecho al progreso, a la movilidad.
Recuerdo la frase de un amigo a unos estudiantes sobre cómo lidiar con gente de plata, pero de mucha plata “Nunca cometan el error de creerse como ellos, porque se van a decepcionar. Para ellos, uno siempre es un peón. No son amigos, son el patrón”
No sé si me siento bien en este nuevo lugar donde me estoy dando cuenta que me ubican. Me pregunto en qué momento crucé la acera y no me acuerdo. Si me comportaré como si me lo creyera. Si se comporto como si en algún momento me hubiera olvidado de donde vengo.
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