Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

El incidente en la pista y el Patán

desde la isla de

Ayer salí tarde y cansada de la oficina. Después del peaje, la presa de siempre, avanzando más lento que en un funeral. En algún momento me quedé ida, perdida en algún recoveco de la memoria y es probable que el carro se me haya ido un poco para atrás, pero muy poco. Recuerdo haber escuchado un pitazo largo, pero a esa hora es tanta la frustración que es imposible saber de dónde venía.

Todos los carros estaban detenidos. Es probable que apenas tocara el carro que venía detrás, pero son fuerza, sin mala intención y sobre todo sin daño. Así que como no sabía si sí o si no, decidí que no y que probablemente era cansancio. Antes de poder avanzar los siguientes dos centímetros, escuché como alguien golpeó durísimo con la mano mi carro y gritó “¿No te vas a bajar, playo?”

Cualquier intención que pudiera haber tenido, cualquier curiosidad de ver si era o no un golpe, cualquier duda, se fue a la mierda. Había tanta violencia en ese grito y en ese golpe, que empecé a sudar frío, temiendo que el orangután del reclamo estuviera armado o aprovechara la presa para venir al frente a quebrarme el vidrio o a algo peor.

Seguí avanzando y la presa aflojó un poquito. No me separé ni un centímetro del carro que llevaba adelante. Antes de que se disolviera del todo el nudo del tránsito, un cisterna con sombustible trató de metérseme por la derecha, tirándome el camión encima. No le di campo. “Jueputaaaaa! malparidaaaa!”. Y la misma violencia que el otro.

Por desgracia, el que venía detrás de mí le dio campo a este neanderthal y los siguientes 2 km rumbo a La Sabana, me acercaba el camión como si quisiera golpearme, con los halógenos a full. Memoricé la placa y me fijé, cuando me pasó, si traía algún teléfono para reportar al conductor. Nada, solamente la advertencia de material inflamable.

No paró ahí. Un poco más adelante, el primer carro me rebasó. Y se detuvo en media pista, y del asiento del copiloto, una muchacha le tomó fotos a mi carro con su celular. Mientras tanto, yo memoricé las placas de ese carro y seguí manejando hasta el Plaza del Sol en un temblor. Nunca antes, en los 20 años que llevo de manejar, me había pasado algo así. Necesitaba comerme algo dulce.

No podía pensar bien. No sabía si lo correcto era bajarme o no. Si tenía que preocuparme de que me tomaran fotos así o no. Si eso podía usarse en la corte contra mí. Si llamar a mi agente de seguros, a Marcelo o dejarlo ir. Entre el cansancio y el miedo, el cerebro hizo un shut down masivo y no podía procesar información ni accesar la lógica o el conocimiento.

Llamé al Patán. Dos veces, pero no me contestó. Mientras estaba en la caja, me llamó. Me fui a esconder detrás de los quesos importados para hablar con él:

–          Sorry que te llame a esta hora, pero vieras qué raro lo que me pasó, no sé a quién decirle, no sé qué hacer – y le conté todo

(Papi, la silla me empujó y me caí)

No me dijo que eso no era nada, que estuviera tranquila, que porqué lo jodía por esa mierda

–          Pero ¿te pasó algo? ¿estás bien? ¿Qué le pasa a ese hijueputa?

(¿Con esta silla, te caíste? ¿La silla te botó? )

 –          No sé. Yo no hice nada. No supe qué hacer. ¿Qué tenía que hacer? Decime.

(Digo que sí con la cabeza, moviéndola dramáticamente y haciendo trompas, con abundantes lágrimas de cocodrilo)

 –          No, vos no tenías que hacer nada. ¿Dónde estas? Si estás de este lado, venite para acá

(¿Te golpeaste, te duele mucho?)

 –          No. Ya casi llego a la casa. Pasé al super.

(Zí. Lele mucho. Yayay quí)

 –          Oíme, apenas llegués quiero que busqués en el registro la placa de ese carepicha y mañana me llamás y me decís quién es el angelito porque esta vara no se queda así. ¿Quién se cree ese hijueputa, ah? pero me llamás.

(Le pega a la silla: Pau, pau! silla mala! Eso no se hace! No empuje a Sole!)

 No fue nada, pero yo quedé más tranquila y de alguna forma, satisfecha, con el honor reparado. La cólera de él contra esos salvajes al volante era mi defensa, mi forma de saber que tenía razón y, sobre todo, que no estaba sola.   Yo no quería raciocinio. Quería esconderme detrás de la indignación de alguien más. Que alguien dijera que yo tenía razón, que no había hecho nada malo, que me iba a defender, que el loco era el otro. No habíamos solucionado nada, pero yo me sentía mejor.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Porque lo que en realidad me hace falta y me pasa de vez en cuando, es tener un papá, mi papá

Epílogo: Ayer el Patán cumplía años y pensó que lo llamaba para eso y en realidad lo llamaba para hacerle drama. Se me olvidó por completo que estaba de cumpleaños. El dice que eso es bueno porque hay que recordar de vez en cuando que no somos ni infalibles ni perfectos. Tal vez por eso se le oía una risa escondida en toda la conversación. Por eso o por el ridículo que yo estaba haciendo. Hoy me llamó y como no me encontró me mandó un mail “Te he estado llamando para ver cómo estás y si ya sabés quién fue el hijueputa”.  El carro al que creo que le di, es un Yaris nuevo, comprado en julio de este año y creo que eso explicaría el colerón del dueño.


Gotitas de lluvia

2 respuestas a “El incidente en la pista y el Patán”

  1. No te imaginas cómo me he identificado con la niña de tu relato. A mí también me falta mi papá, tantas veces que su ausencia es casi parte de mí. Casi tanto como mis lentes.
    Y pasando a cosas más terrenales, qué detestables son los patanes al volante. En Lima abundan, y es peor cuando “enfrentan” a una mujer. Espero que ya estés más tranquila.

  2. Uy… justo por esto no quiero tener que volver a manejar para trabajar nunca, y menos en estas calles. (bueno, aún lo hago pero es a cinco minutos de acá, motivado más por la pereza que la necesidad). En todo el mundo hay infumables al volante; lo que no sé es por qué acá se nos multiplican como conejos. Ojalá y del susto no pase la cosa. Salud y saludos.

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