Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

When it rains, it pours

desde la isla de

Llegué de primera al taller de la agencia, solo para que un sociópata se me colara y me robara el primer lugar de atención. Ya desde que iba en una presa con sol de las 9 de la mañana y no eran aun las 6, debí saber que eso no era un buen augurio. La voz dulce de Fidel en la radio, interrumpiendo el silencio de su luto, cantándole a Laura que le hará el amor bajo los árboles. ¿Qué sentirá ella de oírlo de repente con la canción que escribió para ella? ¿Qué queda de la gente cuándo se va? De él quedó todo ese sentimiento.

Va a durar dos horas. Bueno. Se va o espera? Espero. Me instalo en el clima sub antártico de la sala de espera para de repente ser asaltada por una urgente necesidad de un baño. Me voy a buscarlo, pero está en remodelación, así que me aguanto.

Pero hace frío y la resistencia es tropical y débil. Pregunto con la pena propia de esos temas en un país latinoamericano y me mandan al final de un pasillo oscurso, a un baño mugre por el estado de conservación, pero limpio, que es el que usa el personal, confirmando que el dinero sigue tratando a su gente peor que a peones tempoereros. Me corto en el llavín de filos salidos, en el lugar m+as incómodo: el nudillo del dedo gordo.

Me doy cuenta cuando me escurre la sangre por la mano, de vuelta en la cámara de refrigeración, y me lo llevo a la boca para ver si detengo lo que ya me imagino como hemorragia. Sabe a metal líquido.  Para, pero a los pocos minutos, me empieza a doler la panza, típico de la irritación de la sangre en mi mucosa estomacal marca mírame-y-no-me-toqués.

Ya está su carro. Alisto mis motetes para ir a pagar y me topo de frente con una señora mayor, con la que hace poco hice un negocio y no quedamos en buenas migas. Básicamente me habló muy mal de un gran amigo, y un espíritu chileno o español, me poseyó y le dije, de frente y muy clarito, sin disculparme, que él para mí era un hermano y que me incomodaba mucho que me hablara en esos términos. Obvio que quebré el código tico de la sonrisa hipócrita y era evidente que aun me lo resentía. Me saludó con asco y distancia.

Así que salí a exponer la vida a la calle interna del taller para esperar mi corcel y nada. Pregunté varias veces. Ya viene, tenga paz, espere adentro. Ni mierda, a mí me urge. Detuve a alguien para preguntarle y me dice que el carro salió hace rato, señalándome uno que no era ni el mío ni se le parecía. Ay qué pena, viera que hubo una confusión del cono, présteme la factura,

Cuando abrí la cartera para sacarla, el teléfono fue a dar al suelo. Esta vez no rebotó. Creo que llegamos a la caída quinientos y nos alcanzaron las estadísticas. Se hizo mierda, con toda la pantalla cuarteada.  Tratar de manipularlo era una cortada (una más) segura.

Media hora más y nada. Entré como un demonio a la sede del Polo Sur a exigir explicaciones. Usted pidió un avalúo. NO. Usted pidió que lo lavaran. JAMAS. Disfruto el olor a perro. Está segura que esa es la placa. OBVIO, el carro es mío. De qué se ríe? De que ustedes me digan, aquí en la agencia, que no aparece ese carro que es como una carroza funeraria. Me urge y ya llevo aquí tres horas tonteando y quiero saber quién putas me va a pagar los $350 por hora que cuesta mi tiempo. Ojos muy abiertos y un silencio adrenalínico. Ya, ya viene.

Y vino. En la oficina, mi secretaria fuera porque tiene al chiquitín enfermo. Mandé a traer almuerzo y venía frío, sacado de la refri, sin hacer, tuve que botarlo. Almorzar con chips y dips y un chocolate culposo para saciar el hambre. El inicio de una pequeña migraña en el horizonte del cráneo.

Perseguir clientes para que me paguen. Debe existir el karma, porque uno se dedica a darme caza, y me guasapean, me llaman, a mí, a mi secretaria ausente, a la recepción, al correo, al chat hasta que les tengo que pedir que tengan paz, que yo les aviso apenas se presente el escrito. Y encima, un correo de mi jefe desde la capital del poder universal: “Ya se presentó aquello?” y le echo el rosario extenso, disculpándome por lo largo del correo pero asegurándole que para mí eso era terapéutico.  Una llamada conferencia donde se me sube el indio del que me siento orgullosa y desenmascaro al mentiroso y solo me falta decirle bicth please! Sorprendiendo a los gringos que hablan con tema neutro hasta las peores barbaridades. No me digan que me calme. Así somos los latinos de dramáticos.

Irme para el ICE a conseguir un teléfono nuevo, que da más guerra que un niño malcriado. Es una pesadillas de funciones que no funcionan, chips que se mueren lentamente, botones que apretó y no ocurre nada. Incomunicada casi 4 horas hasta que San Marcelo technical services llega y me instala todo. Los contactos perdidos. Bajar aplicaciones, buscarle una piyama.  Acostumbrarme a esa nueva cosa que me resalta la brecha tecnológica. Estoy vieja, sabés?

Dejá que quiero comer papitas con dip porque me siento hecha mierda. Cuatro bocados y tengo la panza revuelta. No puedo comer nada más, mucho menos hacer ejercicio y eso que sé que el cumple me puso de nuevo gorda. No le encuentro pulgas a Fusi, pero él igual se rasca. Quiero irme a dormir muy temprano.  No aparece mi piyama favorita porque la están lavando.

Correos que recuerdan abandonos y desprecios. Lágrimas que se me escapan, traicioneras, porque no puedo ya con ellas.  La peli que quería ver, pero doblada al español. No funciona el wifi. La noche anterior tembló seis veces aunque hacía frío, el cambio climático alterando las verdades ancestrales de la premonición sísmica. Sospecho que los pechoamarillos no son mágicos, sino típicos de esta época. Los zancudos hacen fiesta con mis tobillos.

Cuando todo sale mal, sobre todo estas pequeñas cosas, esta serie de eventos desafortunados, solo queda reírse porque hay cosas por las que de verdad se llora, que de verdad ponen en riesgo las cosas importantes y esas no han pasado.

Faltan cinco días para que mi corazón de vuelva pájaro y me lleve al otro lado del mundo. Y estoy deseando.

So, you had a bad day…

 

 

 

 


Gotitas de lluvia

Una respuesta a “When it rains, it pours”

  1. Hay días así, qué te puedo decir. Lo único bueno de los días malos es que te hacen apreciar las cosas simples y cotidianas de los días normales y te hacen ADORAR (con mayúsculas) los días buenos.
    Espero que al día siguiente todo te haya ido mejor. Y mira que no todos tenemos un San Marcelo Technical Services… en mi caso, yo soy la Santa Gabriela Technical Services de quienes me rodean. 😉
    😀

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