Logramos asientos entre el gentío muy elegante y perfumado que abarrotó el Teatro nacional. Así como la sele tiene sus fans, la parte cultural también los tiene y se evidencian en días como éste, en que la sección futbolera veía a la Sele hacer el ridículo ante Japón y plañían profesionalmente por la ausencia de Saborío, mientras que otros nos pavonéabamos diciendo que esta noche lluviosa de futbol, nosotros, los nerds, sí teníamos algo que hacer aparte de quejarnos del partido. A nosotros, chiquillos, hoy nos tocaba ver ballet y enfrentar el riesgo de atravesar San José de noche con sus criaturas de apocalipsis zombie, desde el parqueo hasta el foyer del Teatro. Después de dos horas sentada en luneta, resumo lo ocurrido en valiosas lecciones de vida que me deparó esta experiencia: Me fascina la idea de cómo algo hecho hace casi 150 años es comprensible y hermoso para una población que tiene referentes culturales, tecnológicos, lingüísticos y cuanta madre completamente diferentes. Ese va directo a mi folder de misterios sin resolver para escudriñar la inferné en busca de respuestas.
Descubrí que los programas sirven para entender de qué se trata la cosa y no estar tan perdido tratando de interpretar gestos. Los rusos no tienen concepto de la puntualidad y se contagiaron de la hora tica.
Empezaron 5 minutos tarde, algo inadmisible en cualquier otro escenario del mundo civilizado, digamos, en Alemania, donde fusilan a los artistas y a los asistentes que osan llegar tarde.
A uno le dicen “Ballet ruso” y se le activa todo el comemierdismo, como si fuera el Bolshoi con Anna Pavlova. Uno no tiene la menor idea de nada y perfectamente podría haber sido la Academia Comunitaria de danza Clásica Yuri Andropov que no nos damos cuenta.
Estos muchachos, sobre todo los corps están un poco desordenados. No brincan al mismo tiempo, por ratos parece que cada uno va por su lado o que copian al que sí recuerda la coreografía. Eso no pasaba en tiempos de los comunistas, cuando estos cabrones eran perfectamente sincronizados y coordinados. A esta gente le falta disciplina socialista.
Hay que reconocer que mi apreciación está prejuiciada por la ignoranca y sesgada y dañada por El Show de los Muppets, donde vi bailar a Nureyev y por culpa de la tecnología, que me permite ver a ese portento bailar las veces que me de la gana, o a Baryshnikov, igual de impresionante o a una mujer etérea que se llama Marcia Haydee, moverse como si fuera de gaza. También soy fans de Julito, el argentino Por culpa de Youtube ahora soy una exigente purista. Sin contar todas las películas de bailarinas clásicas o modernas que son mi perdición.
Precisamente la comparación con Nureyev hizo que el Príncipe del Lago de los Cisnes, saliera rascando, porque a pesar de unas tucas impresionantes, los movimientos eran tan amanerados que le restaban prestancia. Nureyev, con todo y que eran conocidos sus gustos y orientaciones, lograba verse muy macho bailando. A las pruebas me remito, señor juez, se aporta en este acto la evidencia número 1 que se basta sola.
La bailarina principal, una mujer tan endiosada y orgullosa de ese cuerpo perfecto donde se le marcaban todos los músculos y una evidente falta de comida frita, que no lograba meterse en el papel por estarse admirando a sí misma y a sus movimientos. Le iba mucho mejor el papel del cisne negro y se notaba. Y la odié en secreto cada vez que para agradecer los aplausos se inclinó con los brazos hacia atrás como si fuera cisne. Y una tan ganso.
Los bailarines de la concurrencia se comportan igual que en un estadio. Ante las piruetas, posiciones, brincos, vueltas, giros, jettés, grand jettés, pasdedu y la mierda entera, aquello parecía una plaza de toros, con aplausos espontáneos, gritos, “dele, dele, duro, bello, bellísimo” y así. Si ellos, que entienden, aplaudían, yo también. Solo aplaudí sin guía cuando los pasos eran dignos del Cirque du Soleil.
Reconozco que hablo desde la bilis. Yo, ni aunque volviera a nacer, podría jamás moverme con tanta gracia. Y quisiera. De verdad que quisiera. A ratos parece que no bailan, sino que dan saltitos para allá y para acá y la música va por otro lado. A veces.
Cuando las veo a ellas hacer puntas, no dejaba de pensar en cómo tendrían los dedos, si se les ampollan, si les sangran, si ya los tendrán deformados. Tanta belleza de movimiento y trajes, tanta precisión y tanta fuerza, todo soportado por pies torturados con horas y horas de práctica. Me encantaría saber qué pensarían los rusos de estar aquí, bailando para un público tropical, estos muchachos jóvenes post perestroika, si se sentirían como los artistas europeos que inauguraron la ópera en Manaos
Hay más gente que habla ruso en San José de la que uno podría imaginarse y estaban todos sentados en un círculo de seis sillas alrededor mío. Claramente, hablaban mal de todos los que decíamos cuchicheado “¿Esos están hablando en ruso?” valiéndose de que nadie les entiende.No creo que hayan sido todos los de la embajada.
No hay hombre que resista el ballet sin dormirse, ni siquiera Marcelo, que pasó el segundo acto muy incómodo cada vez que los gritos de los groupies y sus aplausos le interrumpían la sabrosura de sueño que se estaba echando.
Me encontré a Misis Morales, la directora de mi escuela. Aquella señora estricta, impresionante, la personificación de la disciplina, con el poder de reporte, de recado a la casa y de mandarlo a llamar a uno a su oficina en caso de tortas máximas; ahora tiene 80 años, la misma sonrisa y se tiñe el pelo para engañar el tiempo. Me reconoció de inmediato y cuando la oí decirme “¡Sole!” a pesar de tanto cuestionamiento que he tenido en los últimos días de mi propia mortalidad, me volví a sentir de 7 años, agradecida por estar viva en el recuerdo de una maestra que vio pasar a cientos y cientos de chiquillos.
Todo eso gracias a un grupo de rusos pálidos y descoordinados, spasibo, chiquillos, spasibo
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