Es una lástima que la historia no registre la cantidad de cosas extrañas que deben haber ocurrido en la ciudad eterna. Después de un día completo de andar dando guerra por sus calles, tan adoquinadas que habrían hecho a Yoni suspirar de envidia, mi conclusión mientras me harto 3 cajas de frambuesas, medio kilo de cerezas, pan con aceitunas y aceite extra virgen, es que es es cierto aquello que decía mi abuela, que la imprudencia es atrevida.
Solo así se podría explicar que yo, siempre respetuosa de las leyes y los controles, simplemente me brincara las barras de seguridad de la Plaza San Pedro hasta irme casi a sentar en la silla de Francisco, hasta que me paró un Carabineri que me devolvió por donde venía como en 4 idiomas y poca tolerancia para los peregrinos.
Resignada, empecé a caminar hacia el Museo del Vaticano, en una calle repleta de gente, cuando de repente vimos ondear la bandera de #LaPatria. Tomó unos segundos más darse cuenta que esos cantos que se oían, eran del mismo grupo de muchachos que venían embanderados, probablemente los de la rondalla carismática del Barrio Socórrenos. Es decir, los ticos hicieron su ingreso a la Plaza San Pedro a todo galillo, con canciones religiosas en ritmo de salsa de carnaval de fin de año, con paso de caballo criollo y toda la cosa. A mí me pudo más la pena ajena y desperdicié el selfieopportunity escondiéndome detrás de un basurero. No fuera a ser que me identificaran.
Como esto parece las olimpiadas de la fe, por todas partes se ven grupos uniformados con banderas de sus países. Vi pasar a unos de lo que fue Yugoeslavia antes del despelote, croatas para ser exactos, que cantaban (mucho más bajito que los ticos), Pescador de hombres, pero en croata.
Solo por imprudencia una turista toca telas antiquísimas del Museo del Vaticano para ver de qué están hechas. Solo por eso, algún idiota rayó y esculpió en los frescos de Rafael “Tomasino estuvo aquí”. Tiene que ser un imprudente, el que crea que haber llevado un año de italiano en 1990, le alcanza para manejarse cómodamente en la ciudad, hablando con los nativos en su propia, lengua, que #acúsomepadre, ha sido mi caso.
Mi italiano resurge desde profundidades arqueológicas y me ha permitido preguntar que si es cierto que aquí hacen el mejor carbonara de toda Italia, tomar cuatro taxis y despedirme de dos besos de cada taxista porque quedamos íntimos de la conversada, asistir a los compañeros de viaje en todas sus compras y exponer ante una vendedora del Museo Vaticano que por error agarré un rosario con la imagen de Benedicto para mi mama pensando que Benedetto era bendito y no Ratzinger y que mi mama no quería a Benedicto y que si me lo cambiaba, cual postalita de Panini, por uno de Juan Pablo II, que mañana será Santo. Me tuvo una paciencia increíble y accedió de inmediato al cambio, diciéndome que, de todos modos ¿Quién quiso nunca al pobre Benedicto? Nadie
Lo hablo con melodía y con tanta fluidez, que me siento en medio de una película de Hollywood de los años cincuenta, mientras un taxi me lleva por las callecitas angostas con carritos de juguete parqueados a los lados.
Esa misma imprudencia nos llevó a comer en una pizzería al lado de la Fontana di Trevi y que resultó ser el descubrimiento del día. A opinar de política nacional y de la cantidad de católicos que inunda la ciudad. A preguntar, sintiéndome Sofía Loren “e como se diche…” y hasta aprendí mi primera palabra en dialecto romano: casoto, que es casino, que es putero o confusión. Para que no haya malpensados, que quede claro que me la explicaron en su segunda acepción y en italiano, por supuesto.
No me he topado a Marcelo Castro y quisiera que me cuenten si reportó de la comparsa de ticos. Hay tanto cura y monja por todas partes, que hasta me siento incómoda. Hay muchos, pero muchos muchos polacos. Una pizzería tuvo la genial idea de negocio de poner rótulo afuera diciendo que se habla Polsky y la fila le daba la vuelta entera a la cuadra para comerse una tajadita culturalemente ajustada.
Francisco ya sustituyó a Ratzinger en toda la mercadotecnia vaticana que se centra en él y el futuro santo. Disney y todas esas compañías de películas para hacer juguetes deberían dejarse enseñar por los príncipes de la Iglesia para que vean cómo se le saca el jugo a la gente haciendo cuanto chunche se puede imaginar uno. Curiosamente, ahora prohibió la práctica que había en otros reinados (con andere Papst) de vender rosarios benditos y gracias al nombre que escogió, se venden las cruces sencillas de madera que usó San Francisco de Asís en todos los kioskos autorizados de la franquicia de la Iglesia.
Ya hay gente durmiendo en el piso de la plaza y ahora en la noche vimos pasar grupos y grupos de gente dirigiéndose al Vaticano. Los taxistas se quejan diciendo que el desorden es tal, que parece que están en guerra, y eso viniendo de gente acostumbrada a la estridencia constante de la ciudad eterna. La plaza y la calle de la conciliación, que lleva a la plaza, están ya llenas.
Yo lo le he pensado mucho y considerando que Dios nos debe haber dado la inteligencia necesaria para desarrollar la tecnología que me permitirá después ver el momento tatá sin tirarme la misma, carbonié a fuego lento al grupo al que le estoy sirviendo de guía turística.
Gracias a mis tramas y gestiones, mamaron aquellas loras mañosas y viejas que se visten de negro y se confunden con cuervos: podrán sentarse a la derecha del Papa y hasta creer que lo del aneurisma fue un milagro y no un error burocrático de diagnóstico (que ocurre a diario, hasta con cáncer); pero no tendrán el gusto de que yo me riegue las bilis al verlos en las pantallas gigantes (porque no compré binóculos) ahí sentados tan orondos, dándoselas de muy santos, creyéndose superiores por ser curas y por ser ticos.
El domingo, en lugar de irme a deshidratar entre tanto creyente y quedar con el cuerpo lleno de verdugones de los empujones y majonazos producto de la historia de la fe, a las 7 y 45 am estaré en la terminal de trenes de Roma, comprando biglietti. Yo y los de mi grupito nos vamos por el día a Napoli.
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