Cada cierto tiempo, entro a la página web del Registro a buscarte.
No sé si es a confirmar si estás viva o, como la última vez, enterarme que tuviste otro hijo. Entre el primero y el tercero hay un espacio que solo yo sé que está vacío, el espacio de mi hijo. El sistema, la ley, mi corazón, saben que es mío. Pero también yo sé que nunca dejará de ser tuyo.
Hablo desde el sesgo de mamá. Es un chiquillo maravilloso.
Tiene el pelo colocho, como el tuyo. Y los ojos color miel. Cuando le da el sol, se le ven verdecitos y transparentes.
Tiene camanances y se le ven mucho porque sonríe mucho. Ama a los animales, sobre todo a los perros. Siempre me dice que quisiera recoger a todos los que ve en la calle. Hace unos días le pregunté qué quiere ser de adulto. Se debate entre paseador o cuidador de perros.
Usa camiseta polo para el uniforme y se cierra hasta el último botón, como si fuera un cura. No le gusta usa ropa interior ni pantalones largos, solo shorts de tela suave. Prefiere las piyamas de una sola pieza con zipper, como los trajes de baño de los años 20.
Le gustan los peluches. Los favoritos se llaman todos Fone- de Fonejo- y un pastor alemán que le regaló la tía Dani, que se llama Perri. Juega con carritos y legos. Le gusta dibujar. Le gusta cantar y bailar. Le gusta nadar. Le gustan los números y me saca de quicio con el gusto más reciente de caricaturas coreanas. Le encantan las bromas de pedos, los chistes de repito y repita y de “Vamos a hacer un espectáculo. Yo soy especta y vos?” Dice malas palabras para jugar de grande. Nunca le hemos llamado la atención por eso.
Ha pasado por cosas muy duras. Se sobrepuso a la muerte de la tía Dani, que lo adoraba. A la tristeza pesada de sus abuelos y su papá. A mi cáncer. Al de Waweli. A los problemas de la lectoescritura. Al shock del ingreso al sistema educativo.
Este año una maestra nos dijo que es un luchador, que insiste, que asume los retos, a diferencia de otros niños a los que ni siquiera les importa. Que eso marcaría una diferencia más adelante en el colegio. Otra nos habló de lo educado, tranquilo, atento y cariñoso que es.
Hemos tratado de llenarlo de experiencias. Tal vez he sido yo quien más ha insistido en eso porque tengo el pálpito de que el tiempo corre más rápido de lo que creemos y tengo una urgencia de que él vea todo lo posible. O tal vez porque me encanta verle los ojos asombrados. Escucharlo imitar los acentos de los lugares que visita. Conversa con la gente. Prueba comidas nuevas. Pregunta. Se emociona.
Se ha jalado sus tortas- Cosas de niños– como dice él. No es muy ordenado. Se le olvidan las cosas. No le gusta que lo apuren. Y ahora que se acerca a la pre adolescencia, batallamos para que forme el hábito de usar desodorante. Se ha llevado sus castigos y regañadas.
A veces pregunta por vos. Por el nombre que tenía cuando lo conocimos. Ha dicho que cuando sea el momento te quiere buscar y me hace prometerle que le voy a ayudar.
Le hicimos un examen de ADN y salió con un porcentaje alto de genes de la península yucateca, en México. Un misterio. Tal vez vos sí sabés los motivos.
Como todos los años, hoy pensaremos en vos. Te agradeceremos el regalo de la vida. Le pediremos al universo que estés en un lugar seguro y que no te falte nada.
Me ha hecho inmensamente feliz, más de lo que jamás podría haber imaginado. Nada que haya vivido antes se compara con ser mamá; su mamá. Me dice mama, sin tilde. Me abraza, me da besos y me dice Te quiero, mama.
Hoy cumplió 10 años.
Qué se siente cumplir 10 años?
Tú nunca tuviste 10 años?
Sí, pero yo era niña, no niño. Y crecí en otra época.
Bueno, se siente como que empieza el estirón y no sé cómo será eso. ¿Te acuerdas? Aquel libro que decía que entre los 10 y los 12 años los niños nos estiramos y empezamos a convertirnos en hombres

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