Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

50 años

desde la isla de

50 años desde la última vez que te vi.

Yo pensaba que ya el duelo se había cerrado, desde aquella vez que te pensé que te vi en el departamento donde vivimos los tres

Sabía que no dejaría de sentir la ausencia, pero esperaba que sí dejara de sentir el dolor

Nadie puede pasar 50 años llorando ¿o sí?

Han sido meses muy duros los de este año, antes del 6 de setiembre. Mucha ansiedad, ha temblado, perdí un juicio estrepitosamente y el otro lo gané con vergüenza porque lo daba por perdido. Me revisaron del cáncer- no tengo- se me revivió un trauma. ¿Para qué cansarte con esto?

Llevé a mi mamá a hacer un mandado. Algo cerca, a recoger comida. Y me habló de tu foto restaurada. Una amiga la reparó y supe que eras vos porque cuando la abrí, se me paró el corazón por un latido.

Mi mamá me dijo que sí, que eras vos, que así te recordaba, así de guapo, esperándola vos a la salida de la escuela. Del día que te conoció en un balneario. De la última vez que te vio. De lo que sintió cuando le dijeron que habías muerto. Y se le quebró la voz. Sí se puede pasar 50 años llorando.

Hubiera querido no hablarte de dolor, pero no pude.

Quería hablarte de Pato y de lo feliz que me hace.

Estábamos estudiando historia y sus fuentes: cartas, objetos, libros, fotos

Nos fuimos al año 73. Le enseñé uno de mis zapatitos italianos. Una foto tuya en Capri. La tarjeta que me mandaste para mi primer cumpleaños.

Me pidió leerla, pero le dije que no entendería tu letra.

“Entonces leémela tú mientras me abrazas” y se me acurrucó al lado.

Cuántas veces he leído esa misma tarjeta en 50 años? He perdido la cuenta.

Empecé a leer y fue como si fuera otra carta. Escrita para mí. Por otra persona.

Me di cuenta de cosas que nunca noté: que me hablabas de vos. Que me extrañabas. Que te sentías orgulloso de que yo ya dijera “tatatata”, que en ese mismo mes nos volveríamos a ver.

Me di cuenta que escribo como vos.

Y no me di cuenta de que empecé a llorar. Las lágrimas solo salían sin parar. ¿Porqué? si han pasado 50 años. Si ya yo había hecho las paces con que no estés.

No pude seguir leyendo.

Pero pude sentirte ahí, conmigo, sosteniéndome como yo sostengo a Pato. Y aunque no recuerdo tu voz, tuve esa misma sensación, una que tiene más de 50 años, lo que sentía en el cuerpo cuando te oía hablándome a mí.

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