Soñé que iba a la oficina de él, a buscarte y hablarte del caso. Me sobreponía al miedo y rechazo que él me produce e iba al edificio.
Sabía que la oficina era diferente, pero siempre en el segundo piso. Vos estabas al fondo, pero al lado estaba él, en una oficina grande, detrás de un vidrio esmerilado, en una reunión.
Oírlo me erizaba la piel y quería hacerme invisible, gatear hasta tu escritorio y explicarte cómo vamos a arreglar todo.
Y lo hacía. Vos ibas a salir del país pronto. Yo lograba salir de la oficina sin tener que verlo.
Luego estábamos por la U. Vos ibas caminando con él y otras personas delante de mí. Siempre alta, elegante, con ese caminar de modelo. Yo venía caminando por detrás.
Te volvías y me ponías la mejilla para saludar. No podía decir que no y terminaba de acercarme
Tu papá- mi tío- apenas se volvía para verme con el rabillo de sus ojos celestes.
Le veía la piel tan blanca, siempre rasurado al ras, el pelo plata, el olor de su colonia, los anteojos, el bigote. Y la voz:
– ¿No me va a saludar?
-Sí señor. Hola tío – soy otra vez la de 8 años, con ese miedo paralizante, en alerta, muy consciente que no tengo papá y negándome tercamente a aceptar esa mentira de que él me quiere como a una hija y que lo debo tratar como si fuera mi papá. Eso nunca. Nunca.
Se vuelve un poco más y me clava los ojos
-¿Usted cree en Dios, en el cielo, en algo de eso?
La pregunta- la amenaza- me hace madurar 40 años en una frase.
– No. Pero siempre le pido que me proteja.
Y me voy por otro camino.
Deja un comentario