Me costó mucho dormir anoche. Me dolía el cuerpo del ejercicio, pero estaba tan cansada que no podía levantarme a tomarme algo para eso. Tenía calor. No encontraba la posición correcta.
Y además, por supuesto, la tormenta eléctrica.
El cielo se iluminaba incesantemente con fogonazos de rayos, desencadenando el reflejo de la migraña.
Una noche de bombardeo constante.
El retumbo de los truenos los sentía en las vísceras. Largos, aumentando de intensidad hasta despertarme.
La pesadilla de un temblor que se avecina y no termina de llegar. Se repite, en infinito.
Los vidrios vibraban, igual que el cielo. Era un escándalo confuso. Llovía fuego.
Yo viajaba en sueños por tiempos oscuros.
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