Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Querido Waweli

desde la isla de

Supe que armaste una bronca exigiendo que este año hubiese torta el 8 de junio, porque el junio pasado había para el 14, que era mi cumpleaños y fui yo la que insistí en que cantáramos dos veces, una por mí y otra por el 8 de junio, porque pase lo que pase o haya pasado, en junio siempre habrá al menos dos cumpleaños.

Este 8 de junio cayó domingo. Teníamos que ir. Yo temí que no pudiera porque volvió el dolor necio de riñones, pero esta vez consulté el mismo día y no esperé dos semanas pensando que era una contractura. La inyección sirvió. Tanto, que unas horas después no tenía claro si el dolor era el mismo o si era del pinchazo. Así que fuimos los 3.

Ninguno dijo nada durante el día. La Nonna comentó de una pariente en Chile que mandó saludos de cumpleaños. Yo comenté que Facebook me había recordado. No dije nada del día de esa semana que empezó a sonar el teléfono y me decía que era ella, pero al final fuiste tú el que se quedó con ese número y me marcó por dedazo.

La torta apareció en la mesa para tomar Once. Minutos antes yo había contado de la pesadilla con mi papá, de mi reacción al enterarme que había seguido vivo por 50 años, de su traición y de mi negativa a volver a pasar por lo mismo, negándome a verlo.

Yo me di cuenta Waweli, que entre traer el pan, las sodas, la mantequilla, el queso y la mermelada, me pusiste atención y se te llenaron los ojos de lágrimas.

La Nonna te pidió que cortaras la torta, pero le pasaste la misión a Marce y mientras Marce repartía la torta y se le olvidaba darme mi pedazo y esperábamos a tener todos una tajada antes de empezar a comer y nos reíamos, yo dije bajito “feliz cumpleaños”.

Y lo dije porque recorrí la cara de todos en esa mesa redonda, esperando, comiendo, hablando, sonriendo, celebrando. Y yo, que he visto a los espíritus de tantas personas en tantos lugares, la vi a ella, ahí, sentada entre la Nonna y yo, en su campo de siempre, llevándose a la boca la torta de melocotones con crema batida.

Y ella se veía intacta, sonriente, de ojos brillantes y mejillas sonrosadas. Dani estaba ahí, Waweli, con todos nosotros. No me vio a mí directo, pero las dos supimos que la otra se dio cuenta.

Mi sospecha es que nunca se fue. Y se deja ver cuando la evocan las sonrisas, el cariño y el recuerdo.


Gotitas de lluvia

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