Una agobiante actividad escolar de la clase de Pato, de esas donde el tiempo se arrastra mientras él brinca sin parar hasta quedar empapado de sudor, la camisa desjaretada y anillos de tierra en el cuello, con las medias en las bolsas y la botella de agua tirada en algún lado.
Me colé en la fila de granizados- porque eran para los niños- y me comí uno con leche pinito. Se me olvidaba que el colorante rojo me destroza el estómago. Pero el cuerpo recuerda. No voy a poder almorzar pupusas.
Se sienta un papá que me cae muy bien con nosotros y empezamos a hablar de El Eternauta. Le digo que a mí no me gustan las series apocalípticas, pero que esta la quería ver por Ricardo Darín y también por ver Buenos Aires nevado. Hablamos de la ciudad, de Santiago, de la música, de todo un poco.
Hay otro papá en la mesa que se nos queda viendo medio extraño. Y nos pregunta a Marce y a mí si somos ticos. Le explico que sí, solo que Marce nació en Chile. Y aprovecho para decirle que es frecuente que me pregunten si soy o no tica. Que quisiera saber porqué me pregunta eso.
Esperaba el comentario de la altura, tal vez un filazo inesperado de un acento indescifrable, que me hubiera dado mucha vergüenza.
Me dice que ha estado poniendo atención y que yo hablo de cosas que nadie más habla y con una emoción y una forma que nadie más tiene y que no entiende ni siquiera la mitad de lo que estoy diciendo. Pensó que yo era de por allá: suramericana.
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