Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Berlín Mitte

desde la isla de

Estamos en el hotel con el mejor desayuno hasta ahora. Queda en la parte este de Berlín, que yo prácticamente no conocía. Hay muchas opciones calientes y postres. Me llama la atención que en todos los lugares hay siempre ensaladas de varios tipos y muchos de los clientes desayunan ensalada. También que aquí se consume muchos hongos.

Había pensado en quejarme de un sabor molesto que le encuentro a toda la comida o a casi toda. No sé si es curry o comino o qué, pero se siente mucho más en la comida turca. Ya estoy harta de comer pan todos los días. Extraño las tortillas y el queso y las frutas de allá. También pensé que de vivir aquí, seguramente los vecinos se quejarían de los olores de los frijoles negros, los garbanzos, las lentejas o del plátano maduro. Pero de fijo sería de esos inmigrantes que se mantiene fiel a su comida.

En la mañana vino un técnico a arreglarnos el aire acondicionado. En nuestra marginalidad latinoamericana, creíamos que calentaba en lugar de enfriar y la noche anterior incluso nos habían traído un abanico que tuvimos prendido toda la noche, porque el cuarto estaba realmente caliente.

Resultó que el aire acondicionado no es tal, sino un sistema de regulación automática: si siente que afuera está muy frío, calienta y viceversa. Y resultó que el técnico era un berlinés de pura cepa, que nos hizo muchas recomendaciones de cosas que ver en este último día que estamos aquí, sobre todo en la parte céntrica de Berlín que se llama Mitte, que era para dónde íbamos de todos modos.

Ahí, en el Mitte, fue donde estaba la oficina donde trabajé yo cuando estuve acá. También el lugar donde iba a las clases de alemán. Y para allá nos fuimos.

Primero recorrimos un lugar casi mágico, que se llama Hackischer Höfen. Son 8 edificios distintos, unidos por sus patios interiores. Esos patios antes de usaban para tener ahí las caballerizas, pero se quedaron en el diseño de casi todos los edificios aquí. Entonces hay negocios pequeñitos en la parte de abajo y apartamentos arriba. Algunos tienen jardines en el centro, estatuas, fuentes, etc.

El técnico nos había recomendado ir al museo de Otto Weidt que queda al lado de este complejo de edificios. El lugar se ha mantenido como estaba antes de la caída del muro, lleno de grafitis y banderines.

El señor era anarquista y fundó una fábrica de cepillos y escobas donde solamente contrataba judíos ciegos, sordos o con alguna discapacidad. Gracias a eso le salvó la vida a más de 100 familias y él y su esposa fueron declarados como personas justas. Obviamente, aparte de ser judíos, estaban en un riesgo mayor por sus discapacidades.

Ubicó a varias de las familias en escondites y tenía una red de amigos no judíos, algunos de ellos incluso militares, que le ayudaban a esconder a la gente. A una familia incluso la escondió en la fábrica, en el cuarto del fondo donde no había ventanas. Se accedía a través de un armario.

Como yo no conocía el lugar, no tenía idea de a qué íbamos. Ya me sentía un poco nostálgica de estar en el barrio, de ir al lugar donde estudié y además, estaba la impresión de Pato de encontrarse cada vez más y más stolpersteine. Paraba a leer cada una y me preguntaba porqué eran tantos y tantos y tantos.

Lo que no me esperé fue encontrarme una estrella amarilla original, que dijera “Jude”, o la lista de deportación donde se veían los nombres de algunas de las familias que él trató de proteger, los documentos donde entregaban sus bienes, las tarjetas postales que enviaban desde los ghettos o campos de trabajo a donde enviaron a algunos: Otto les seguía enviando paquetes de ayuda y comida que eran una línea de vida para ellos.

No me esperé abrir las puertas del armario y ver el cuarto pequeñito, oscuro, donde vivió una familia de 4 hasta que los traicionaron.

Y lo que definitivamente no me esperé, fue tener que explicarle a Pato cada documento, cada foto, cada cosa, porque aunque él entiende un poco de alemán y sabe qué está viendo; no dejaba de preguntarme porqué pasó eso, porqué les hicieron eso, porqué nadie los defendió, porqué los traicionaron, porqué tenían que usar esa estrella, porqué las personas con discapacidad iban a ser exterminados de primeros.

Oír mi propia voz tratando de explicarle lo que estábamos viendo y lo que había pasado era como una pesadilla.

¿Cómo se le explica a un hijo el horror? ¿O debería haberlo sacado de ahí de una sola vez para no exponerlo? ¿Es mejor que sepa que el mal existe y hasta donde puede llegar? ¿O lo dejo a que lo descubra solo, poco a poco?

Y, sobre todo ¿por qué siento tan cerca ese dolor, por qué lo siento tan mío, cuando no tiene nadar que ver conmigo? ¿Porqué insisto en volver aquí? ¿Porqué me hace llorar así?

Y las preguntas de Pato seguían: ¿Porqué lloras, Mami? ¿Porqué te suena así la nariz? ¿Es el frío?

El golpe de gracia fue un video donde una persona ciega explica y muestra cómo hacían las escobas y cepillos. Era una muchacha con síndrome de down, como la Tilla.

Es un museo chiquito, de un solo piso, pero con muchísima información. Todo además está escrito en braille y expuesto de tal forma que cualquier persona con discapacidad puede tener acceso a la información.

Al salir, en ese mismo edificio, hay una especie de sucursal del Centro Ana Frank con una foto de Ana como de 12 años. Y Pato de nuevo preguntando quién era ella, cuántos años tenía, qué le había pasado, qué había escrito, dónde estaba ella.

Y yo otra vez buscando la forma de explicarle todo sin decirle mucho. No quiero que tenga pesadillas.

Fuimos a una juguetería cercana que me gusta mucho. Está al lado del viejo cementerio judío, donde hay una estatua recordando a las personas que retuvieron al lado, para deportación. Estaba llena de piedritas. Pato y yo cogimos cada uno una piedrita y la dejamos ahí también.

Al final nos fuimos a Postdamer Platz. La última vez que yo había venido, era EL LUGAR, lleno de tiendas de última generación, luces, actividad, etc. Ahora parece un lugar fantasma. Todas las tiendas se fueron a un mall grande, el primero en Berlín, que abrieron muy cerca.

El mall y sus tiendas de franquicia son una desgracia. Aquí no había food courts, no había malles. El barrio del Mitte ha perdido sus restoranes de estudiantes y sus tiendas de cosas diferentes y locas por esas marcas mundiales que nadie puede pagar. Había un asilo de ancianos y ahora es una tienda de Apple. Berlín ha perdido mucho de su identidad con esta invasión de marcas globales. Supongo que así debe ser en muchas partes del mundo.

Cerramos con un aguacero como de una hora, de agua heladísima. Nos metimos a un puestito de salchichas a escampar. Llovía con fuerza y solo yo andaba con algo impermeable. El clima se puso mucho más helado. Apenas dejó de llover un poquito, pudimos tomar el tram y directo al hotel a bañarnos con agua caliente.

Esta es mi última crónica. No creo que vuelva a Alemania, digamos, con la intención de turista. De alguna manera, entiendo que la Alemania en la que yo fui tan feliz hace tantos años no es la misma y es imposible que lo fuera. Nada tengo que venir a hacer aquí. Habrá otros destinos, otros viajes, otras crónicas, otros dolores.


Gotitas de lluvia

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