No sé cuántas veces me he sacado sangre, sobre todo en los últimos 10 años, con el cáncer, el Covid, etc. Tengo el brazo izquierdo como el de un drogo, marcado, con cicatriz e incluso pido que ahí me pongan la vía. No me duele. Estoy acostumbrada.
Pasé de un terror fóbico y patológico a las agujas a poner el brazo sin problema, hasta observando cuando entra y sale la aguja, sin necesidad de distraerme, que me hagan cuenta de 5 a 0 o que me den un popi al final.
Hoy me fui a hacer uno más de esos. Uno de control, para ver qué tan perdida anda mi tiroides y otro más. Cuatro tubos en total, nada que me llame la atención.
Pero a mediados del segundo empecé a sentir una debilidad. En el tercero empecé a hacer campo con el brazo libre para recostar la cabeza. Se me hizo eterno el cuarto tubo.
Cuando me levanté, parecía una fuente, donde había un chorrito, pero de sangre. Nada que no me haya pasado antes.
Pero de repente me tuve que sentar porque no podía estar de pie. En la silla recosté la cabeza, dije que no quería alcohol. Me fui quedando dormida. Pero no dormida. Ni siquiera como cuando me tomo algo para dormir. Me estaba apagando y me asusté.
Quería vomitar, quería tirarme al piso, quería recuperar la sensación de gravedad. Pedí que me acostaran. Me dijeron que no. Pedí que llamaran a mi amigo doctor y vino de inmediato.
Me metieron un popi en la boca y me ordenaron empezar a chupar. Estaba empapada. Poco a poco volví en mí, y aunque ya se me sentía bien, no me dejaban ir.
La conciencia volvía por etapas. Cuando yo creía que ya, me esperaba un poco y resultaba que faltaba un poco más.
Parece que lo que pasó fue que se me escurrió el alma, y del susto y de la impresión, me desmayé por unos segundos.
Y volví.
Deja un comentario