Hoy fui a la facultad de derecho a darle a una charla a los de primer año sobre lo que se requiere para ser litigante. Salí sintiéndome como Drácula, rejuvenecida de tanta ilusión y energía adolescente
La facultad no es la que fue mía, ni siquiera la de mis pesadillas ansiosas. Ver ese edificio nuevo, moderno, limpio, iluminado, con ascensores que funcionan, clases bien equipadas, me hizo bien.
Destruyó ese escenario nocturno de fechas de matrícula olvidadas, de informes de matrícula perdidos, de exámenes no apuntados. Estoy segura se fumigaron esos sueños que tanto me pesan.
Mientras le hablaba a esos chiquillos y sudaba como en maratón, pensé mucho en la que fui, a esa edad. Me vi en los ojos de la memoria. Y pensé que no le fallé a esa chiquilla que se pasó de medicina a derecho sin decir nada en la casa hasta que llegó a tercer año.
En la noche, no hubo cómo escaparse de la ilusión infecciosa de Pato y la Navidad. Rogó, peleó, imploró que decoráramos. Y aunque intenté no darle pelota, llegó a donde yo estaba y me lo pidió de manera tan sentida que no pude decirle que no.
Sacó las cajas, probó las luces, adornó el árbol, quebró dos adornos. Yo puse una lista de canciones navideñas, él se puso una diadema de un elfo. El árbol quedó hecho un revoltijo ecléctico. A él le parece perfecto.
Hay tristezas tan viejas que parecen ajenas, heredadas. Ya con todo listo, aquí estoy yo, escribiendo de las ganas que tengo de ponerme a llorar y disimulando para que no se apague la luz de los ojos de mi chiquito.
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