Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

El regreso

Los vuelos de noche son más baratos para las aerolíneas. A los usuarios nos ahorran hotel, pero nos dejan agotados, mal dormidos, deshidratados, mal comidos, añejos y en un estado general de decaímiento que se necesita todo el día siguiente para recuperarse.  O tal vez es la edad.

Cuando pierdo la paciencia con Pato, que me abraza, me toca, me habla, se enoja y hace las paces; todo a la velocidad de la luz; trato de respirar hondo y pensar que llegará un momento en que añoraré esta cercanía, por más intoxicante que resulte en este momento. Me asusta la forma en que llega un momento en que me tiembla el cuerpo, como un ataque de ansiedad, una sobrecarga de cercanía.

Logramos estar los 3 en un cuarto pequeñito sin matarnos. Pero hoy, cada uno buscó ambientes individuales para el reposo: necesitamos nuestros espacios.

Marce dice que ya extraña el metro. Yo no extraño las caminadas. Me alegra regresar al lugar donde sé qué comer, dónde conseguirlo y qué me gusta. Allá me compré 3 ensaladas para el avión. A una se le fue el caldito y cuando la probé aquí, le sentí un sabor sospechoso o desconocido, así que fue a dar al basurero antes de que me caiga mal.

Tengo esa sensación de que el día no alcanzaba para nada. Que faltó mucho por ver, probar, conocer. Tanto que tal vez solo se logra viviendo allá y que ser turista es un poco de prueba y error. Además que depende mucho del gusto de cada uno y hasta del clima. Hoy leí que en DC llevaban 10 días seguidos de lluvia- cosa que nunca pasa- que digamos es terrible para los turistas que tienen prohibido llevar sombrilla en el equipaje.

Tengo la sensación de que no viajé, porque para mí, solo me compré un libro infantil porque me gustaron los dibujitos. No hubo oportunidad de compras. El que viene forrado de chunchitos es Pato, que logró convencernos en cada lugar que visitamos de comprarle una cosita pequeña. Ni siquiera necesitamos maleta extra.

A veces quisiera esa vida de la pareja que te compra cosas para vos. Pero, ¿a quién engaño? Para mí no funcionan ni las joyas, ni las carteras, ni los zapatos caros. Usualmente solo yo sé lo que me gusta y creo que si me dieran la plata- que no necesito- para que la gaste, me sentiría insultada.

Me gustan las ciudades grandes. Me gusta recorrerlas. Entrar en cada tiendita que no es una marca de cadena, sobre todo en las bodegas o en los mini supers. Me gusta ver a las personas e imaginar sus historias, el conocimiento que tienen de cómo funciona la ciudad y sus calles y sus monstruos. Me gustan las ferias en la calle.

Me atormenta la soledad de todos, caminando solos, comiendo solos, desayunando mientras caminan, siempre a prisa, sin nadie que les ayude a nada. En una ciudad donde hay de todo, todo se complica cuando no tenés a nadie.

Ya no me duele la espalda. Hoy duermo en mi cama. Mi perro nos recibió alegre. Ya no estornudamos, nada nos da alergia. Puedo ver mis series en la tele.

Mi inconsciente es tan predecible… mis sueños tan infantiles.

Ayer fuimos a cenar a un restaurante cubano. La música, la comida, el ruido, el español. Me sentí en casa. Si viviera allá, Copelia sería mi centro de operaciones. Porque ya hay que aceptarlo: Latinoamérica es mi corazón y mi casa.

Y vos, ¿qué pensás?