Iniciamos la experiencia de la gran ciudad recordando a mi querida abuela
Vamos por partes
Avianca es una mierda. Se suponía que era un vuelo directo y paró en Guatemala. Nos tuvimos que bajar, recorrer todo el aeropuerto, pasar por seguridad, que nos quitaran nuestras deseadas cocas zero para volver a subirnos al mismo avión, al mismo campo, solo que sudados, agotados, con sed y esta vez rodeados de hippies de esos que vienen a Guatemala para la experiencia de ayahuasca y huelen a chancleta de pies sin lavar y un bebé que llora. Los asientos son incómodos y nunca sirvió el enlace para ver películas en el celular. No te dan ni siquiera agua sin cobrar. Es parte de lo que pasa cuando viajás con millas.
Marce llegó 40 minutos tarde por nosotros al aeropuerto. Pensó que en metro, en un país desarrollado, de conexiones perfectas, llegaría sobrado. Pues no. Perdió una conexión y pasó media hora en una estación abandonada, en la madrugada, hasta que finalmente lo logró. De la culpa, nos regresamos en taxi, con un árabe que aseguró que era un NYC Taxi, pero resultó ser un Lincoln de esos gigantes, negros, de los que usaba la mafia. Salió carísimo, entre el costo, el peaje y la propina.
El cuarto del hotel es miniatura. Por un error en la traducción o porque aquí se hicieron los chanchos, nos dieron una habitación con una sola cama queen, hiper suave, en una habitación que es como del tamaño de un baño y en donde tener baño propio significa sacrificar espacio, que aquí, es carísimo es por metro cuadrado. No tiene ascensor y subimos por unas gradas que deben tener unos 180 años. Ni un solo escalón igual al otro. Para estar cómodos, dos tenemos que estar quietos en la cama mientras el otro usa los 2 m cuadrados de espacio. Marce durmió cabeza abajo, y Pato, a sus anchas. Yo pensé en tirarme al piso en un edredón porque me estaba matando la espalda. En fin, estamos viviendo la experiencia migrante, de ese que pasó el Darién, la frontera, lo subieron a un bus y lo tiraron en medio de esta ciudad sin aviso previo. Eso nos pasa por confiar en la recomendación de un amigo para probar un hospedaje que no fuera de cadena.
Y que porqué me recuerda esto a mi abuela? Porque ella, en su infinita sabiduría, siempre decía que cosas como estas son las que le pasa a uno por muerto de hambre.
Por lo demás, pasamos el día en el Moma, nutriéndonos de arte y cultura, huyendo de la lluvia y acumulando dolores musculares por la edad, la cama extra suave y la mala noche. Nada que no se cure con una sopita de pollo. Y además ya sabemos porqué nos pasa…
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