Una semana después de cumplir 80, mi mamá está internada con la necesidad urgente de ponerle un marcapasos. Se lo diagnosticaron el día que cumplió años. Al día siguiente fue al cardiólogo privado y no quería que yo me diera cuenta. El lunes se internó.
Yo estoy agotada. Mis hermanos han asumido y ayudado. Mi cansancio era casi incomprensible después de los primeros días. Hasta que hablando me di cuenta que era el mismo cansancio de la quimio, cuando me quería quedar en posición fetal en la cama mucho rato y me concentraba en salir de esto.
Es que he estado rodeada de muerte por todas partes. Cada día que voy al hospital, alguien ya no está, alguien murió, hay un cuerpo envuelto, hay familiares llorando.
Luchar contra el sistema es terrible, que te digan que no, que te manden de arriba a abajo, que no haya forma de hackear el sistema, que haya que hacer fila como todos los demás, en la misma incomodidad, el recordatorio violento de que no sos nadie.
Murió, sin que lo esperáramos, la mamá de mi mejor amiga. La traté de acompañar sabiendo que hay dolores que es imposible compartir. Hacer el esfuerzo de abrir el corazón y no hacer mía esa pérdida también me agota.
Mi amiga ha sido fuerte, ecuánime, generosa. Dentro de su enorme dolor, ha hecho lo que hay que hacer en estos casos y solo se quebró- o eso creo yo- en la Iglesia , después de hablar honestamente de su relación con su mamá y dejarla ir.
A otra amiga le diagnosticaron cáncer de mama invasivo. Mi control es en agosto.
Mi mamá por ratos llora. Dice que está depresiva. Sospecho que ha padecido de depresión toda la vida y siempre se obligó a ocultarlo. Igual que la ansiedad. Yo hubiera querido saber eso cuando se burlaban de mí a los 8 años por necesitar psicólogo.
También manipula. Y dice que hay días que no quiere contestar preguntar y cuando le hacen esas preguntas para saber si está ubicada, si sabe quién es y dónde está, simplemente no le da la gana contestar, solo por joder.
Hay días que habla como una viejita. Quiero pensar que es por chineada y que el marcapasos, cuando finalmente se lo pongan, la devolverá a ser la que era: una mujer con la vivencia de una persona de 40 años.
Todo esto me ha llevado a pensar en cómo viviré su muerte. A no tomarme las cosas personal.
Y hoy, mientras caminaba por el pasillo del Hospital, pensé en preguntarle si mi papá era guapo, pero no la quiero hacer llorar. Me di cuenta que nunca lo he visto guapo, ni siquiera me lo he preguntado porque él y yo nos parecemos mucho y si yo nunca he sido bonita, pues él, dentro de esa lógica torcida, tampoco.
Le ponemos cremas dos veces al día, porque le ayuda a la circulación, pero como le digo a mis hermanos, es además para que sienta el contacto físico que la hace sentir querida.
No quiere comer. Pero sí se come los confites que entro de contrabando al Hospital, aunque no le digo que son sin azúcar.
Tiene de todo en la mesa de noche. Nos hemos encargado de que no le falte nada.
Pero la espera es terrible, sobre todo cuando hay reposo absoluto, un pañal, un cruzado, la incomodidad de que te bañen y te cambien extraños, estar acostada todo el día.
El primer día, la señora de al lado falleció. Cuando ya el cuerpo estaba en una camilla de metal, envuelto en una sábana, las dos vimos que la cama se bajó, sola. Y el colchón soltó aire como cuando alguien se levanta. Mi mamá disimuló diciendo que no vio nada.
Debe ser que la angustia abre esos portales. El primer día que la pude ver, después del infierno de emergencias, mientras caminaba perdida por los pasillos, tuve la misma sensación de los primeros días en Berlín.
Telones de historia, atravesados por sí. Presencias, personas, energías de todos los tiempos, sucediendo a la vez. Algunos me notaban, otros no. A todos ellos yo sí los vi y los sentí.
Al menos no me asustan. Algo bueno debe ser eso.
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