Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Cincuenta y dos

desde la isla de

Pensé que llegaría siendo una vieja. Y es cierto, tengo canas. Recientemente me han empezado a doler un poco rodillas. Pero me siento como la adolescente de antes, con una enorme diferencia: ya no tengo esa inquietud, esa angustia, esas ganas de morirme a cada momento. Esa claridad que si el resto de mi vida iba a ser así, no quería vivirla.

Es de los pocos cumpleaños a los que llego sin ese azore constante, sin tristeza. Me siento bien donde estoy, como estoy.

Jamás imaginé que yo sería tan feliz con la maternidad. Lo mucho que me llena Pato, jugar con él, estar con él, las cosas que soy capaz de hacer por él. Hace unos días acepté que con él no sirve el tough love con el que me educó mi abuela. Tampoco las amenazas y los castigos. Descubrí que sí soy capaz de esa paciencia que me parecía imposible y que, a diferencia de lo que siempre me dijeron, sí tengo capacidad de querer y de ser querida.

Tengo conciencia de esa infancia de mi hijo que va volando y quiero aprovecharla todo lo que pueda, sobre todo porque otros intereses siguen vigentes pero prefiero dedicar el tiempo a Pato. Amo leer, pero me gusta más abrazarlo. Sigo escribiendo y admiro a quienes publican, pero ya no siento que me pierdo de algo. Me encanta viajar, pero es mejor cuando le enseño el mundo y le cuento historias.  Disfruto nadar, pero son las competencias de él las que me importan. Me importa mi cuerpo, pero por salud, por más tiempo con Pato. Acepto feliz que las mujeres de más de 50 seamos invisibles. Me permite ser más yo, más libre.

Tal vez el coqueteo con la muerte. Tal vez los años que han pasado. Tal vez la terapia. Tal vez los cambios hormonales. Tal vez todo junto.

Quiero vivir.


Gotitas de lluvia

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