Y cumplí 3 años de tener un tercio de estómago. Ese día fue la cirugía, donde nos dimos cuenta que sí había un tumor T4, que estaba a punto de romper la pared estomacal. Eso no salía en ninguno de los TACs, resonancias, ultrasonidos que me habían hecho antes de la cirugía.
Dos semanas antes, me habían dicho que era cáncer. Otra vez. Lo primero que pedí fue que cuidaran a Pato si me pasaba algo. Lo segundo, que no me dejaran sufrir.
Fueron dos semanas de shock, de llorar abrazada a Pato cuando dormía, para que no se asustara.
Parece que fue hace muchas vidas. Me dormí tranquila en esa sala de operación. Me desperté con sondas por todo lado. Marce de nuevo fue el que me dio la noticia. Tendría que hacer quimio. Ni modo. Pero estaba de alguna manera contenta de haberme despertado que eso era poco.
Recuerdo que dijeron que tenía poca oxigenación. Temí tener Covid, porque no fue posible vacunarme antes de la cirugía.
Empezaron luego las buenas noticias. Aunque sentía dormido todo el tórax, incluso a niveles muy profundos, no tenía dolor. Por el suero, no tenía hambre.
Cuando me dejaron tomar agua, tomé tanta que la capacidad del estómago no aguantó y vomité en chorro, por primera vez. Pura agua.
Apenas me quitaron la sonda de orina empecé a caminar, 10 mil pasos diarios, recorriendo el pasillo de arriba abajo. Quedaba empapada en sudor, con ampollas. Tuve que enseñarle al doctor el contador del teléfono para que me creyera.
Los exámenes salían como si no me hubieran operado.
Todo parecía producto de que estaba en la mejor condición física de la vida. Para ese momento había bajado 20 kilos y, como ahora, nadaba casi todos los días. Eso me salvó.
El doctor me dijo y me insistió, que yo no tendría la evolución de un cáncer, que estaba curada, que no temiera cuando vomitaba porque nada se iba a soltar. Que podía hacer vida normal.
Y era cierto. Solo tuve que hacer algunos ajustes con la comida. No porque quisiera, sino porque simplemente ya no puedo comer así.
Tres años. Ahora mis controles son cada 6 meses. Me toca en junio, junto con mi cumpleaños.
Hoy me preguntó el dentista que porqué no me ponía los frenillos que tanto me ha insistido. Le dije que tal vez cuando cumpla cinco años y esté fuera de peligro, porque si el cáncer regresa, quisiera comer de todo lo que me de la gana y no estar limitada por alambres incómodos.
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