El primer día dejé que la conversación siguiera y al final me despedí cordial. Pero al día siguiente volvió a hablarme, contándome de su día.
Esperé a que me preguntara que había yo.
Fui malintencionada, lo sé.
Yo nunca digo que no a nadie. Siempre fue de las que dejan, de las que ruegan, de las que sufren. En esa época, parecía que todo el que yo quería, todo el que pensaba que yo quería, cualquiera que me daba pelota, luego desaparecía, se iba del país, se casaba o una combinación de todas esas cosas.
Este no fue la excepción. Yo no esperaba que se quedara. Esperaba un milagro, que le retiraran la oferta de trabajo. No ocurrió, obvio y se fue.
Ese fue el primer año de mi verdadera y tardía adolescencia. Cuando más de una persona me notó. Cuando no me sentí horrible. Cuando andaba con vestidos cortos, medias y tacones todos los días y practicaba mentalmente comportarme como si estuviera en una película y tratar de caminar recta a pesar de mi escoliosis marcadísima.
No sé si de verdad florecí o fue solo que mi autoestima comenzó a sanar poco a poco. No sé si era acceso fácil. Simplemente pasaba y lo agradecía. Tampoco era que se amontonaban en fila en la puerta o mi teléfono de la oficina pasaba ocupado de tanta llamada y propuesta.
En mi escritorio, seguía la foto del que más me dolía. No sabía entonces que esa esperanza sí duraría 30 años.
Así que apenas me preguntó qué más hacía yo, le dije que no quería ser grosera PERO. Yo no podía ser su única amiga en el país. No hablamos hace más de 20 años, mi vida cambió radicalmente. (es cierto. Yo casi no me reconozco en aquella). Tengo un buen recuerdo de mi juventud y las cosas que viví, pero nada más. Que sorry si sueno muy comemierda, probablemente lo sea, pero no quisiera disimular una amistad que no está ahí, y los dos lo tenemos muy claro
Se disculpó, que entendía, que no me preocupara, que no era problema-
Y ya no me habló más y espero que así se quede. Espero no haberme equivocado, pero creo que no lo interpreté mal. No quiero más amigos, los que tengo, son suficientes. Además, no me da buena espina. También tuve acción retardada, pensando en otros escenarios donde yo decía otras cosas, era más grosera o dejaba que la cosa avanzara más para luego dejarlo guindando, como tantas veces mi lo hizo a mí.
No tengo claro si lo que siento es dignidad, porque a la vez, siento culpa. O si es esa sensación de satisfacción de esos platos que se comen mejor fríos.
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