La isla montaña glaciar. Así se llama el volcán de la erupción del 2011. En 24 horas, 3 personas nos han insistido en pronunciar el nombre correctamente. Parece que quedaron dolidos por todo el bullying de las noticias, que se burlaban de lo complicado de la palabra y le pusieron de apodo E-15. E porque así empieza y 15 por la cantidad de letras.
Aparte de la ceniza, nadie sabía que cuando un volcán tiene el cráter tapado por un glaciar, las cosas se complican más. El glaciar se deshace, el agua hierve y revienta el hielo, que sale junto con la lava en una inundación de hasta 60 metros de altura, destrozando todo y dejando un desierto de arena negra.
Como no entiendo nada de lo que dice la gente- miento, ya aprendí un poquito-yo tampoco me di cuenta que hoy pasamos a las faldas de ese volcán. Y de otro, que se llama Katla. Yo pensaba que era una marca de ropa de lana. Y tenía razón. Es ambas cosas.
Katla hace erupción cada 50 años y la última fue en 1918. Ya le está agarrando tarde y el pueblito de Vik (Bahía) una cosa coquetísima, se prepara para el desastre.
Se dice que cuando hizo erupción en los 1700, mató al 25% de la población de Islandia y al 75% de sus animales y que su ceniza arruinó la cosecha en Europa, generando hambrunas. Algunos aquí consideran que eso fue el origen de la revolución francesa: la desesperación a la que lleva el hambre.
Pero me adelanto. Dormí profundamente y soñé que le decía a la cara que hasta aquí, que no más, que no podía, que no lo necesitaba, que eso nunca iba a cambiar. Pero casi al final, me desesperaba en llanto y le rogaba que no se fuera, que mi vida no tendría sentido sin él. Un sueño. Nada más.
Salí temprano de la habitación a admirar el espacio. A sentirme en la cima de Europa, lejos del ruido, de las ciudades, de las compras, de la gente. Tal vez los islandeses tienen razón y estas vidas sencillas y minimalistas es lo mejor para todos. Tal vez me gusta porque me recuerda al sur de Chile, impresionante con su naturaleza y calidez de la gente.
Busqué la billetera en el carro, volví a preguntar a la recepción, llamamos al super. Desciframos la grabación porque entendí “no abierto” y cuando me contestó una señora muy dulce de limpieza, buscó por todas partes y me dijo que ahí no estaba.
Yo estaba confiada en la honradez y bajísima criminalidad de esta sociedad y mi autoterapiada. Al final, en la última búsqueda, tratando de ubicar un guante de Pato, apareció en una bolsa de uno de los tantos salveques que andamos jalando.
Y nos fuimos. Primero a ver varias cataratas en Seljalandsfoss. El día estaba helado, porque era la sombra. Hay estalactitas, hielo y chinos influencers por todo lado. No los soporto. Con sus looks perfectos y sus caras de animé, buscando la mejor pose sexy para el Instagram, impidiéndole el paso a los demás que también estamos en la pelota y también queremos tomar fotos.
Luego a una de las cataratas más famosas y grandes, de 200 m de altura, Skogafoss. Se forma un arcoíris en todo momento. En la naturaleza, lo normal es el arcoíris y la diversidad de sus colores, no lo contrario. Como dato curioso, las bolsas de vomitar de Icelandic Air tiene impresa la pregunta: Te sentís como Skogafoss?. Ya me habían advertido que aquí el sentido del humor es bien macabro.
En una tienda de regalos, vi dos cosas que quiero más adelante. Son símbolos rúnicos de los Vikingos. Uno es una especie de compás dibujado, Vegvisir,para no perder nunca el norte, ni siquiera cuando estás perdido en medio de la nieve. El otro, el yelmo del asombro, te asegura la protección de los dioses antiguos contra cualquier tragedia.
Pato y yo ahora tenemos gorros de lana de verdad y el cambio se siente. Era indispensable. Lo que teníamos probablemente era sintético e insuficiente. Ahora me falta buscarme guantes de lana o de esquiar.
Esto tiene el frío, como la natación. Es hasta que uno lo sufre que aprende qué es lo que se necesita. La segunda piel ha sido una maravilla, igual que el calentador de manos eléctrico. Y de ahora en adelante, solo lana de oveja de verdad.
El paisaje cambia de un momento a otro y después de acantilados, pájaros, arcoíris y quebradas de agua pura, viene mucha nieve y montañas, para llegar a la playa negra-Reynisfjara- llenísima de arena volcánica negra y miles de piedritas suavizadas por el mar. Ahí hay unas formaciones de roca de basalto, donde juegan los trolles.
A la entrada de la playa hay 3 piedras con runas vikingas. Hace 11 siglos se grabaron estas piedras. El viento es impresionante y pienso en esos muchachos rudos, en sus barcos de madera, acostumbrados a que perder la vida era cosa de un minuto, que se hacían a la mar sin saber si volvían.
En Vik vemos un show de lava que nos permite por primera vez verla de cerca. Almorzamos en un cafecito local, donde los 3 comemos como si lleváramos 3 días de ayuno. Pato aun no sabe que la carne de la sopita ni la que se está comiendo hoy es de cordero, ni pensamos decirle.
En ese restaurante, hay una tienda de regalos donde consigo varios libros de sagas, historias, dichos, algunos recuerdos, todos pequeñitos porque no tengo mucho espacio.
La encargada me oye hablándole a Pato y me pregunta si soy portuguesa. Le aclaro de dónde venimos y en español perfecto me cuenta que vivió 3 años en Nicaragua. Sonríe cuando imito el acento. Coincidimos en que extrañaremos toda la vida esa comida y que Nicaragua, Nicaragüita se lleva siempre atravesada en el corazón.
Pasé todo el día en la naturaleza y no me quejo. Hasta me gustó. Creo que lo que más me gusta es la tranquilidad, la paz, el silencio. Me siento lista para hacer más turismo de invierno. Volver aquí. O Noruega, Rusia, Finlandia y Suecia.
Mientras Pato va dormido entre las jackets, Marce y yo tejemos sueños como las artesanas de la isla, de un futuro en que Pato se vaya de intercambio y tal vez recuerde sus ocho años y quiera venir aquí a aprender otras formas de ser feliz, de ser más humano.
Marce se resfrió. Tose y come confites para la gripe todo el día.
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